En las tablas del Teatro Metropolitano, antes de que Jorge Drexler aparezca cantando, hay dispuestas tres guitarras: una Fender Telecaster (eléctrica), otra folk estadounidense y una española. En el piso varios procesadores. Minutos después, los tres instrumentos darían cuenta del virtuosismo del uruguayo a la hora de interpretar.
Desde las oscuras cortinas del teatro sonó un rasgueo de guitarra y el cancionista salió hasta el frente, sin dejar de tocar, se acercó al micrófono y entonó Hermana Duda. Como una letanía para el público, como una oda a ese bien común de esta generación iconoclasta por llamamiento: "No tengo a quien rezarle pidiendo luz. Ando tanteando el espacio a ciegas".
Las 1.600 personas del público lo ovacionaron. Por más de una hora media lo dejaron en un pedestal. El público fue un coro con cada canción.
Drexler improvisó, sentía que esta era su primera vez en Medellín, como si el episodio del Congreso Iberoamericano de Cultura hubiera sido solo un sueño; aquella vez que el grueso del público no entrevió el artista que cantaba Guitarra y vos. "Hasta aquí me han traído ustedes y mi anhelo".
Canción y cancionista
Es innegable que para unos cuantos, o unos muchos, los cantautores y el género canción como tal, están circunscritos a un momento específico de la historia latinoamericana, a cierta edad bolchevique de todo el que pasa por la universidad y los foros políticos. Y mentiras, del todo, no son.
Pero con Drexler, y con otro montón de cantautores de los que el moro judío es punta de lanza, esa regla se rompe, se pierde.
Drexler, con ese acervo literario y ese llamado a la palabra que pocos tienen, se da el gusto de decir lo que quiere y como quiere, siempre con finísimo gusto, con las palabras precisas y las armonías filosas, llenas de colores que ya tienen una identidad. Así como lo hizo en el concierto, contando una que otra anécdota, hablando de Lope de Vega.
Aquí un ejemplo de la experticia, Disneylandia, canción que sonó por sorpresa el jueves. "Niños iraquíes huidos de la guerra no obtienen visa en el consulado americano de Egipto para entrar en Disneylandia".
Hablar del capitalismo, de la globalización, así, tan sutil, tan inteligentemente. Lo que generó una unión con el público que se notó con cada palabra, con cada canción, con cada postura.
Hablar en sus letras y entre canción y canción de los círculos del tiempo, de esa teoría de Nietzsche del eterno retorno, sin nombrarla, como un escritor, como un lector atento. Conversaciones inteligentes. Eso fue lo que pasó. Compartió con el público, se rió con él, se dejó aconsejar, dejó que las chicas lo alardearan. Y él, siempre, con una respuesta precisa.
Ahora, en lo armónico, su habilidad con la mano derecha a la hora de tocar la guitarra, la habilidad de hacer acordes llenos de colores, a destiempo, mientras cantaba lo que se podría llamar un rap (Guitarra y vos), sin mucha dificultad, acompañado de sonidos completamente modernos, electrónicos.
Drexler es uno en los discos. Siempre respetuoso con las historias, con la trama de lo que pasa, admirando el jazz y la música latinoamericana. Y en vivo es otro, el juglar propiamente dicho, íntimo con el público, el cancionista, el cronista, de una generación.
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