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Drogas para los débiles

  • Humberto Montero | Humberto Montero
    Humberto Montero | Humberto Montero
14 de marzo de 2011
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La fiscal antidrogas ha tenido que huir del país por las amenazas de las bacrim. He ensalzado en esta misma columna la valentía de Ana Margarita Durán y confío en que su exilio para escapar de un inminente atentado contra su vida y la de su familia (según la versión oficial corroborada por el general Naranjo) sea temporal. De lo contrario, los bandidos y asesinos habrán ganado una importante batalla al Estado, incapaz de contener a quienes amenazan a diario a sus servidores.

Podría dedicar estas líneas a vilipendiar a todos esos narcos cuya vida se empeñan algunos en glorificar, como si vivir oculto como las ratas o hundir al prójimo en vez de ayudarlo fueran modelos de conducta a remarcar. La realidad es que cuantos conforman esas bacrim, un cáncer que el Gobierno de Santos tiene que extirpar con la precisión de un cirujano antes de que se extienda por todo el país, son perdedores que comercian con la degradación humana, mercachifles que arruinan vidas y recurren a la violencia (el arma de los débiles) para construir imperios de barro. Podría denunciar uno por uno a todos ellos, pero hoy quisiera hablarles de Liz Murray.

La autora de Breaking Night , la mendiga que llegó a Harvard, es todo un ejemplo de superación y una prueba de la devastación que causan las drogas. Sus padres, hippies en los 70, eran despojos humanos cuando ella nació una década después en el Bronx. Capaces de gastar todos los cheques de ayuda social en heroína y cocaína, y de robarle el dinero de su cumpleaños, a Liz y a su hermana sólo les quedaban cubitos de hielo para comer y pasta de dientes para cenar.

"Cuando llegaba el cheque, mis padres nos llevaban a comprar droga y luego al supermercado. Sólo gastaban un par de dólares en comida. A los diez días ya no había dinero. Mi único objetivo era sobrevivir. Mi hermana y yo tocábamos a la puerta de los vecinos para que nos dieran de comer. Eso funcionaba hasta que llegaba el fin de mes", explicaba Murray la pasada semana durante una conferencia pronunciada en Madrid.

Luego tuvo que dejar un colegio al que acudía famélica y llena de piojos para cuidar de su madre, enferma de sida. A los 15 años, su madre murió y ella quedó en la calle. Su padre, enganchado hasta las trancas, huyó. Entonces decidió tomar las riendas de su vida, algo que sus padres nunca pudieron hacer. Recorrió varios institutos hasta que finalmente un profesor le propuso un reto: "Te admitimos aquí si sacas todo dieces". A fuerza de tesón, estudiando por la noche en estaciones de metro y cajeros de banco, Liz salió adelante.

Ninguno de sus compañeros supo hasta más adelante que era una "sin techo". Se graduó en sólo dos años con sobresaliente y, con ayuda de su profesor, logró una de las becas del New York Times en Harvard. Hoy es graduada en Psicología. Pese a todo, Liz nunca ha culpado a sus padres. "Ellos nos querían, eran increíblemente cariñosos, pero estaban enfermos", afirma.

Así que, a cuantos tenéis la tentación tan cerca: la droga no os hará más inteligentes, ni más divertidos; no ligaréis más, y si lo hacéis colocados, es seguro que vuestra pareja no merece la pena. La droga no es "cool". Es el recurso de los débiles, de los cobardes. Os convierte en peleles. Anula vuestra voluntad y os convertirá en fracasados. Si queréis ser hombres y mujeres de verdad, decid no y luchad. Podéis ser como Liz. Ganadores.

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