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EL ALFARERO

  • EL ALFARERO |
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06 de septiembre de 2013
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"Dios es un alfarero", me lo dijo el padre Nicanor, mi tío, cuando fui a pedirle consuelo ante el misterio de la muerte, de una muerte cercana.

-Qué bellas sus manos hundidas en la arcilla, moldeándola, acariciándola. Pero ningún alfarero se queda con la vasija moldeada, por más amor que haya puesto a su arte. Tiene que meterla al fuego. Quemarla. Y él sabe que una vez horneada será frágil. Tarde o temprano se quebrará".

Y añadió: "Mirar la muerte a la luz de Dios es saber que sus manos de alfarero están siempre ahí para recoger los pedazos. Eso es la muerte, que siempre es una forma de ternura. Por dolorosa que sea, por inexplicable que sea. No luches contra la tristeza que deja una muerte. Acéptala y verás que ella misma te enseñará que nada es absurdo y que no hay separaciones definitivas".

"Te lo repito. Creer en Dios es sentir a todas horas sus manos de alfarero. Y esperar que ellas, en la tarde de la vida, recojan amorosamente nuestra arcilla rota. Arcilla que en sus manos resucita".

Nos quedamos callados. Al cabo se me ocurrió susurrar:

-Me parece muy interesante su digresión, tío. Y hasta muy poética. Pero me dejan frío sus consolaciones.

-Es que estás oliendo a tristeza, muchacho. Tú no quieres olfatear ese aroma y lo rechazas. Y eso que crees que la tristeza quizá no sea sino todavía rebeldía, pugnacidad, incertidumbre, asombro, incredulidad, no aceptación. Mientras no quites a tus sentimientos todas esas capas, no lograrás vivir a fondo tu tristeza. Que hay que vivirla, exorcizarla, espantarla con un gesto de la mano. Y redimirla.

-Eso tampoco es un consuelo, padre.

-Y quién dijo que los consuelos curan las tristezas. Y si buscas que te compadezca, estás perdiendo el tiempo.

-¿Y Dios, tío?

-Es que, primero, a Dios no hay que mencionarlo para saber que está presente en todo lo que ocurre. Y segundo, solemos sacar a relucir a Dios en los momentos difíciles para, so pretexto de pedirle ayuda, echarle consciente o inconscientes la culpa de los que nos agobia.

-En fin, hijo, dejemos así. Hoy no nos estamos entendiendo. No seas pesimista y negativo. El Dios que hay que predicar es el de la vida y no el de la muerte. El de la alegría, no el de la tristeza.

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