Ya hay un mensaje subliminal bien establecido en el lenguaje político colombiano: cuando el presidente Uribe comienza a hablar de la necesidad de reelegir a los gobernadores y alcaldes, es que está pensando en su propia reelección. No en la de los mandatarios regionales.
Así sucedió en la Universidad Libre de Bogotá el día mismo en que se le dio el visto bueno a la primera reelección. Lo primero que hizo el Presidente aquella noche fue reiterar -durante la ceremonia del doctorado Honoris Causa que le otorgaba el centro de estudios liberales- que había que reelegir también a los gobernadores y alcaldes.
Es como un biombo que el Presidente se cree en el deber de instalar en estas especiales y ya reiterativas circunstancias: si voy a ser reelegido (parece ser su razonamiento) no está mal que se eche a andar la idea de que otros también puedan serlo. Esto le quita algo de personalismo chocante a las andanzas reeleccionistas del Presidente.
Pero, claro, de ahí nunca pasan las cosas. La bancada gobiernista no movió un dedo en el Congreso para volver realidad la admonición presidencial que pronto se olvidó. Se presentaron proyectos de reforma que se dejaron morir lánguidamente. No hubo compromiso ni liderazgo político alguno para sacarlos adelante. El jefe de Estado fue reelecto y los mandatarios regionales siguieron en las mismas. Hubo reforma constitucional para el primero pero no para los segundos.
Hace pocos días sucedió exactamente lo mismo: de visita a Barranquilla el Presidente -luego de hacer un alto elogio a la gestión del alcalde Char- agregó que debía promoverse también la posibilidad de reelegir a los gobernadores y alcaldes que lo estuvieran haciendo bien.
Si esto hubiera sido el propósito sincero del Presidente, al otro día de su intervención en Barranquilla se debió haber urgido por el gobierno un proyecto de reforma constitucional en tal sentido. Y la bancada uribista debió haber sido conminada a volver realidad legislativa los planteamientos reeleccionistas para gobernadores y alcaldes. Al fin y al cabo el argumento es el mismo: que la ciudadanía puede renovarle el mandato a quienes lo estén haciendo bien.
Pero ¡qué va! Lo que había de por medio era el mismo biombo de la Universidad Libre: ambientar con el anuncio de la eventual y nunca concretada reelección de gobernadores y alcaldes la segunda reelección presidencial para el 2010. Que en el fondo era lo que interesaba.
Y dicho y hecho: pocos días después -ya olvidado el ofrecimiento de llevar también a los mandatarios locales en el bus reeleccionista- se presenta la menesterosa llamada a sesiones extras del Congreso, por veinte minutos, al filo de la media noche, mientras se aprobaba atropelladamente el referendo de reelección presidencial. Cuyo texto, según pontifical anuncio del Ministro del Interior, puede cambiársele para que diga lo que no se le puso a firmar a los millones de firmantes: es decir, 2010 en vez de 2014.
Será la Corte Constitucional la que tendrá que pronunciar la última palabra frente a todos estos atropellos, incluido, por supuesto, el de la conformidad con la Carta Política de un referendo cuyas cuentas nunca fueron explicadas satisfactoriamente por sus promotores.
Por el momento, que los gobernadores y alcaldes se notifiquen que con habilidad los están utilizando para ambientar la reelección presidencial. Los tienen de biombo distractor.
PD: Feliz Año Nuevo para todos los amables y pacientes lectores de esta columna.
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