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HISTÓRICO
El contador de historias que es Salcedo Ramos
  • El contador de historias que es Salcedo Ramos | FOTO COLPRENSA
    El contador de historias que es Salcedo Ramos | FOTO COLPRENSA
Por MÓNICA QUINTERO RESTREPO | Publicado

No sabe con qué pie se levanta por las mañanas. No se acuerda de mirar si con el izquierdo o con el derecho y si se acuerda, entonces ya es consciente y no vale. Aunque tal vez se levante todos los días con el derecho y eso se confabule con lo demás. Con la prosa, por ejemplo. Con las crónicas.

No sabe manejar bicicleta. Tampoco le gusta madrugar. De pequeño le pedía a Dios que nunca le fuera a gustar. Y hasta ahora, no le ha gustado.

Los apellidos deben ir completos, para incluir a su mamá: Alberto Salcedo Ramos. Escribe en tercera persona, casi siempre. A veces se incluye en el relato ("eso es otra cosa"), y es curioso, como los gatos.

¿Cómo era cuando niño?
"Yo era tímido. Recuerdo que me daba pánico mirar a mis interlocutores a los ojos. Prefería las diversiones solitarias: armaba equipos de fútbol con las baterías viejas de los radios y con una bolita de cristal, de esas que en el interior del país llaman canicas. Me quedaba horas jugando solo con esos objetos que hoy en día, en este mundo tan tecnificado, parecen de la época prehistórica. En la casa de mis abuelos había pocos libros. Y uno de esos pocos libros era de historia sagrada, es decir, historias de la Biblia ilustradas con dibujos. Me gustaba leer esas historias. También me gustaba ver las telenovelas. Te estoy hablando de cuando tenía nueve años. Vivía en un pueblo llamado San Estanislao, ubicado a una hora de Cartagena. Empecé a escribir a los nueve años: escribía historias parecidas a las telenovelas y buscaba a mis amigos del barrio y los ponía a actuar y a recitar los parlamentos que yo les escribía. Cuando hacía eso desaparecía el tímido. Por eso siempre me gustó escribir, porque era la forma más cómoda y segura de interactuar con los demás".

¿Es decir que empezó fue en la ficción?
"Sí, empecé en la ficción. Ahora bien: debo decir que siempre tuve una gran curiosidad por los demás y por lo demás. Yo fisgoneaba las conversaciones ajenas y a veces me metía en ellas. En San Estanislao, el pueblo donde me criaron mis abuelos maternos, había un parque donde los enamorados se citaban por las noches. Para mí era divertido ir a ese parque a ver cómo se besaban los adultos. Nunca recuerdo que me hayan cobrado un solo centavo por ver a la gente besarse. Yo aprendí desde niño que si uno mira con cuidado la realidad que tiene al frente, esa realidad lo divierte a uno. Siempre he creído que al abrir la ventana y asomarse a la calle uno ya empieza a ver la gran película del mundo. Te estoy hablando de una manera racional. Es decir, yo hoy puedo conceptualizar estas cosas y hablar de ellas de una manera que quizá pretenciosamente podríamos llamar intelectual. En aquel tiempo solo me gustaba ver lo que pasaba a mi alrededor. No sabía por qué, pero me gustaba. Yo he aprendido a sorprenderme con la realidad, por eso he dicho varias veces que los escritores de ficción crean lo asombroso mientras que los escritores de no ficción descubrimos lo asombroso".

¿Por qué llegó entoncesal periodismo?
"Porque cuando estaba terminando el bachillerato, en 1980, cuando me estaba llegando el momento de decidir qué carrera estudiaría, yo dije que literatura. Mi madre me dijo que de eso no se vivía, que me podía morir de hambre. Al principio sentí que el periodismo sería una estación de paso. Pero el caso es que una vez empecé a ejercer la profesión, descubrí que también me ofrecía la posibilidad de contar historias, y después descubrí que además me encantaba, y entonces ya no sentí que me encontraba allí en tránsito hacia otra instancia, sino que estaba en un lugar en el que quería estar".

¿Cómo le fue con otros géneros como la noticia?
"Yo siempre tuve claro que quería contar historias, pero para conseguir eso me tocó prestar el servicio militar obligatorio, es decir, cubrir fuentes, hacer noticias, encargarme del muertico en el bar y de la rueda de prensa en la oficina de salud pública. Muchos periodistas del día a día tienen la creencia errada de que quienes hacemos crónicas no sabemos hacer noticias, no nos gusta o no respetamos eso. Creen que gozamos de privilegios indebidos. Nada más falso. Yo no hago crónicas porque quiera sacarle el cuerpo a la reportería, sino porque creo en otro tipo de investigación donde no solo importen los datos duros. Creo en una investigación que vea la vida también a través de pequeños detalles. Hace poco leí que mi admirada colega y amiga Leila Guerriero dijo que una de las razones por las cuales cree en el periodismo narrativo, valga decir en la crónica, es porque en este género los seres humanos se llaman seres humanos, y no fuentes. Yo les recomiendo a los muchachos que están empezando que aprendan el oficio desde abajo. Que no piensen que van a debutar en el oficio como enviados especiales a Sri Lanka o a Hawaii. La noticia, la reportería del día a día, le enseña a uno a medirle el pulso a la realidad".

No le tiene miedo a la primera persona...
"Yo escribo en tercera persona. A veces me incluyo en el relato (eso es otra cosa). ¿Cuándo lo hago? Cuando siento que mi presencia es necesaria para revelar algo sobre la realidad que estoy mostrando. Y otras veces no lo hago. No lo hago cuando siento que yo sobro en la escena".

¿En los medios no le dan espacio a la crónica o es que esta no cabe en el día a día?
"Yo quiero creer todavía que existe la opción de publicar historias más breves, o menos largas, en los periódicos. Quiero creer eso, insisto. Lo que pasa es que en los periódicos hay un montón de gente que vive quejándose de la falta de tiempo, de la falta de espacio, de la deuda externa, de la mala sazón de la tía, de todo lo habido y por haber, y se quejan y se quejan, y dicen que la culpa de que ellos no publiquen las crónicas que podrían hacer, es de Mandrake, del espíritu santo, o de los editores, y por andar en esas no hacen las crónicas".

Uno lo ve muy activo en Twitter y en Facebook. ¿No lo distraen mucho?
"Sí, así es. Creo que enviciarse en esas redes es peligroso para alguien que quiere escribir. Sinceramente. Uno se miente hablando de la interlocución con los lectores, de la retroalimentación sobre el trabajo que hace, de lo bueno que resultan esas herramientas para la divulgación, pero la gran verdad es que las redes sociales nos golpean la disciplina y a veces sacan lo peor de nosotros: la vanidad, la fatuidad. Eso sí: no conozco al primer adicto a las redes sociales que lo reconozca frontalmente. Esta gente es peor que ciertos adictos a los cigarrillos, que se fuman dos cajetillas diarias y se definen como 'fumadores sociales'. En las redes sociales uno encuentra recomendaciones, pistas, voces inteligentes, pero creo que habría que crear un colectivo como el de alcohólicos anónimos para ver cómo empezamos a desintoxicarnos y a brindarle más tiempo a nuestro oficio".

¿Tiene algo la noche para escribir o es que no le alcanza el día?
"Siempre he sido noctámbulo. De noche a uno le rinde más en la escritura porque nadie lo interrumpe. Es un hábito que tengo desde cuando era muchacho. En la universidad , cuando había que estudiar en grupo, a mis compañeros los vencía el sueño y se iban a acostar. En cambio yo seguía despierto porque en esa materia soy como Bruce Willis: duro de matar. Eso sí: nunca me ha gustado madrugar. Lo hago si me toca, pero de niño le pedía a Dios en mis oraciones que no fuera a permitir que yo alguna vez le encontrara el gusto a madrugar".

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