Frente al féretro de Hilda García de Maturana desfiló el fútbol antioqueño. También, sus 12 hijos, 64 nietos y 16 bisnietos. Todos querían darle el último adiós a esta matrona que sembró la semilla que aún florece en el balompié colombiano.
El único ausente, Francisco, llamaba constantemente desde Arabia Saudita a sus hermanos por celular para tratar de hacer menos amargas las horas en este difícil trance familiar.
Pacho quería venir, lo tenía decidido. El club Al-Nassr, inclusive, anunció por Twitter el viaje del estratega, pues a éste no le importaba la lejanía y el esfuerzo. Pero sus familiares le pidieron que no lo hiciera porque, además de una velación tan larga y todo lo que ello implica, saben de sus compromisos profesionales en el nuevo reto que acaba de comenzar. Al final lograron convencerlo para que cancelara el desplazamiento, y las honras fúnebres, sin su presencia, serán hoy a las 10:00 a.m.
"Pacho me dijo que si venía no iba a mirar a mi mamá en un ataúd, que se quería quedar con la última imagen que tenía de ella cuando se despidieron, a mediados de diciembre", relató ayer su hermano César, mientras recibía voces de solidaridad a la entrada de la sala número siete de Campos de Paz.
Los ramos de flores empezaban a llegar a la par de exjugadores, entrenadores, dirigente y gente del fútbol que está de luto tras conocer el fallecimiento de doña Hilda, a los 92 años de edad, por problemas pulmonares y del corazón.
"Su corazón se agotó de tanto servirle al prójimo. Ella era la mejor mamá del mundo. Vivió para servir y de eso pueden dar testimonio los habitantes del barrio el Coco (en la Floresta), donde se sacaba la comida de la boca para dársela a los más necesitados". César agregó que hasta le pidieron que la llevaran a velar allí para rendirle el homenaje que merece.
Precisamente, en su afán de servicio, doña Hilda llegó al fútbol como entrenadora. Al ver tanto niño desocupado y rodeado de problemas sociales, armó un equipo con el que se hizo famosa. Esa base, de la que hizo parte el Chusco Velásquez, exjugador del Once Caldas, más tarde fue tomada por César y Francisco Maturana que alcanzaron títulos en el Ponyfútbol, advirtió César, al recordar que una vez, cuando él dirigía en las inferiores de Nacional jugó un preliminar en el estadio Atanasio Girardot contra el equipo de su mamá.
En la habitación de descanso de la sala de velación estaba don Marceliano, el compañero inseparable de doña Hilda, el esposo que siempre la apoyó en sus "locuras" futbolísticas. Pese a sus quebrantos de salud (estuvo tres meses hospitalizado en días recientes) no quería irse a casa. Quería permanecer junto a la mujer que cumplió su último deseo: "vestir en su fiesta el traje blanco que hace cuatro años lució en Cartagena, durante el matrimonio de una nieta".
Vanesa, Johana e Isabel, tres de sus nietas, coincidieron en que con el fallecimiento de doña Hilda "se fue el alma, el núcleo de la familia. Era un abuelita cariñosa y amable que tenía que ver con todos".
Alexánder, el nieto al que alcanzó a dirigir cuando niño, recordó las bondades de "mamita" y lo estricta que era a la hora de los entrenamientos. Y la última Navidad en la que debieron hacer el pesebre que ella quería.
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