No sé quién le aconsejaría al presidente Uribe la reunión con Sarah Palin en su reciente viaje a Estados Unidos. Pero fue sin lugar a dudas una recomendación muy desafortunada. La señora Palin saltó rápidamente de la gloria a la desgracia. Pasó de efecto a defecto. Fue quien catapultó a McCain al primer lugar en las encuestas después de la Convención Republicana y es, ahora, el factor que más pesa en la caída del candidato en los sondeos de opinión.
La explicación no es difícil. Estados Unidos vive un momento de tenaz incertidumbre y la señora Palin ha proyectado una imagen de ignorancia y levedad que arroja un enorme manto de duda sobre la campaña de McCain. El temor de los electores es mayor si se piensa que el líder republicano tiene 72 años y ha tenido que enfrentar en dos oportunidades la acometida del cáncer de piel.
Todo indica que será Obama el ganador de la contienda por la presidencia de los Estados Unidos. A solo tres semanas la mayoría de los analistas dan por seguro ganador al candidato demócrata. Obama no sólo recordará que nuestro gobierno estuvo por más de seis años bajo el ala protectora de Bush, sino que tendrá en la retina la imagen de Álvaro Uribe reuniéndose con su deslucida rival en momentos decisivos de la campaña.
Obviamente Palin no es el único motivo de la descolgada de McCain. La crisis financiera está arrasando con los fondos de pensiones, golpeando sin misericordia a quienes se endeudaron para adquirir vivienda en la burbuja inmobiliaria de los últimos años y hundiendo en el desempleo a millones de norteamericanos. Y el candidato de los republicanos por más que lo intenta no logra desligar su figura de la de Bush. El dedo de los ciudadanos apunta al actual inquilino de la Casa Blanca como el principal responsable de la crisis y a McCain como su heredero.
También están los méritos propios del Candidato Demócrata. Obama forjó una impecable ilusión de cambio. Amparado en este sueño logró atenuar las preocupaciones por su inexperiencia y por su origen racial que tanto pesan en la tradición de los Estados Unidos.
Bien sé que no resultaba fácil para el gobierno colombiano tomar un poco de distancia de la actual administración norteamericana. Las múltiples manifestaciones de apoyo que ha tenido el presidente Bush a lo largo de estos años con el gobierno de Uribe, daban muy poco margen para adoptar una actitud distante y neutral en la actual campaña. Pero el haber traído a McCain a Cartagena y el haber buscado una reunión con la señora Palin al final de la contienda fueron actos demasiado vistosos y quizás innecesarios.
Será difícil, si no imposible, que el presidente Uribe mantenga el respaldo de Washington para su política de seguridad democrática, para la ratificación del Tratado de Libre Comercio y para tramitar los conflictos con los vecinos del Área Andina. Lo más probable es un viraje de 180 grados en la política norteamericana hacia Colombia y hacia la región.
Una motivación muy importante para un cambio de actitud de los demócratas norteamericanos frente a Colombia, lo constituye el apoyo incondicional que ha mantenido el gobierno colombiano frente a la administración Bush. Pero quizás esa no sea la motivación principal. El énfasis que ha puesto Obama en la noción de cambio profundo de las actuales políticas norteamericanas hacen pensar que si gana la presidencia buscará una salida negociada de los conflictos en el mundo, una exaltación de la agenda de derechos humanos y una transformación de las relaciones comerciales poniéndolas a girar alrededor de la recuperación del empleo interno y del saneamiento del mundo financiero.
Y en el país vivimos una suerte de autismo. La conciencia sobre el grave momento que vive el mundo y sobre los cambios que se avecinan es ninguna. Estamos en los mismos discursos llenos de lugares comunes sobre la seguridad, en las mismas rutinas diplomáticas y en las duras reprimendas del presidente a sus críticos de la prensa o de la oposición.
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