"Salieron Simón Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Asomándose Pedro vio las vendas en el suelo, pero no entró. Entró también el otro discípulo: vio y creyó". San Juan, cap. 20.
Tradicionalmente la teología nos hablaba del deber de morir. Leemos en la carta a los Hebreos: "Está establecido que los hombres mueran una sola vez". Nos inclinamos sumisos ante esta ley e incluimos en nuestra agenda, para una fecha incierta y distante, ese final obligatorio.
Pero la teología actual, que ha escuchado a la ciencia, prefiere hablarnos del derecho a morir. Para ese paso definitivo, la medicina le servirá al ser humano de enfermera, lo apoyará la presencia de amigos y parientes, la fe le dará fortaleza y le iluminará sus horizontes.
La muerte es un derecho hacia una transformación positiva. A una conquista, a un avance en el proceso de la vida.
De ahí deducimos que todos los valores adquiridos en la tierra: amor de la familia, aprecio de los demás, arte, cultura, generosidad,? no terminan de un golpe, sino que se transforman, adquieren otra insospechada dimensión.
Vivir es un intercambio de valores. Nuestros antepasados negociaban oro y sal, a cambio de mantas y vasijas de barro. Nosotros cambiamos salud por pan, y desvelos por un poco de paz y de justicia.
Pero hay gente que muere en la miseria: en absoluta carencia de valores. Es decir, nada tiene para cambiar o permutar. Otros mueren en una afortunada opulencia: han conquistado metas, han realizado ideales, han luchado, han amado.
La muerte de Jesús es el modelo de una muerte vivida como un derecho. Nadie le quita la vida. Él la entrega. Su muerte es la inauguración de la Vida. De la vida de Dios que vence a la muerte.
Esta vida de Dios transforma definitivamente todos los variados y multiformes moldes humanos. Resucita al joven que muere en un accidente, a la anciana que fallece de cáncer, a la niña mongólica que nunca pudo relacionarse con el mundo, al profesional que se va de improviso, a la madre de familia que no lamenta su partida, sino el dolor de sus hijos, a quien muere con el crucifijo entre las manos y a quien sucumbe odiando y matando.
Señor, ¿no es cierto que en todos ellos revive tu Pascua y renace la lumbre de este domingo de Resurrección?
*(Publicado el 11 de abril de 1982).
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