Fue un discurso largo el del presidente Santos en la clausura de la Asamblea de la Andi en Pereira. Abundó en detalles, en cifras y por supuesto en algunas pullas. En momentos arrogante al tratar de demostrar que su gobierno arrancó de la nada, como si lo hubiera recogido desde el primer día de la creación.
Para dar sensación de sindéresis se rodeó de una sofisticada como bien camuflada red de teleprompters. Así daba la percepción al desprevenido auditorio, que disertaba con ágil razonamiento, sin tropiezos gramaticales, que lo hacía aparecer como elocuente orador. Al final los aplausos fueron tan protocolarios como cicateros de un auditorio que se ha ido enseñando, por fuerza de los hechos y circunstancias, a no tragar entero.
Antes, hábilmente, el equipo ministerial que desfiló por la pasarela de la Andi, preparó el terreno para la intervención presidencial. El coro de funcionarios manifestó, en calculada coincidencia, su obsesión por arrancar, desde el año 2010, el cotejo de las cifras del progreso. Hacia atrás lo que se hizo fue poco. Querían dejar la sensación que rescataban al país del atraso y la atonía.
Ya en las asambleas no hay controversia alguna al carecer de preguntas y respuestas que conduzcan a clarificar con su discusión, las cifras y los conceptos. Todo lo que en esos foros se diga es axioma. No existen espacios para la réplica y contrarréplica del auditorio. Y así, con tan discutido sistema, los ministros preparan el terreno para que aterrice la presentación final del Presidente.
Después de este acto teatral pereirano, cabe preguntar ¿en qué quedó el desafío de Santos a sus opositores para confrontarlos públicamente?
Si se realiza el debate debe hacerse -para salir del monorritmo de las asambleas gremiales- con televisión, sin teleprompters camuflados y con moderadores de comprobada idoneidad profesional. Un debate en que no esté ausente el derecho a replicar y a disentir.
¿Quiénes le saldrían al quite a Santos para recoger su público emplazamiento? Seguramente Álvaro Uribe. Le baila la lengua para hacerlo. Pero suponemos que Santos pondría como restricción -para escaparse de la dialéctica de aquel- que sus oponentes deben ser precandidatos presidenciales.
Porque con Uribe la polémica no le sería fácil al Presidente. El exmandatario tiene una facilidad de expresión, un dominio sobre temas nacionales y una correcta dicción, que pondría en calzas prietas las tesis, cifras y recursos dialécticos del jefe del Estado. Y este no está para correr aventuras en las cuales su imagen y prestigio -menguado en las encuestas- pueda sufrir mayor descenso. Indudablemente preferiría enfrentar a su primo "Pachito" para que así las cosas queden en familia, comedia tan propia de las democracias hereditarias…
Para medir realmente la capacidad persuasiva y las realizaciones ciertas de este gobierno, se hace necesario recoger y aceptar el reto del presidente Santos. Adelantar un debate público sobre el estado de la Nación. Y nadie mejor contrincante que Álvaro Uribe, a quien dudamos que Santos acepte como contradictor.
De aceptarlo, se sacarían las grandes discusiones nacionales de recintos cerrados, a amplios espacios con calificados opositores para que los monólogos no expulsen a empellones la formación de una opinión pública libre y deliberante.
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