No es fácil llegar a Mongolia y son pocas las comodidades que el país ofrece, pero la idea de recorrer el desierto del Gobi, además de ver las grandes estepas y la cadena de montañas Altai, nos atrajo al país de Gengis Kan. La huella del Gran Kan, quien llegó a conquistar con sus hordas el imperio más extenso que haya conocido la humanidad, se encuentra en todas las naciones que fueron dominadas por él, sus hijos y sus nietos. Con una innata astucia, Gengis Kan estableció en el siglo XII su dominio sobre las tribus mongoles y tártaras y, luego, se apoderó de casi toda el Asia y parte de Europa, llegando hasta las puertas de una aterrorizada Viena.
El Gobi ocupa una tercera parte del territorio mongol y colinda con el norte de China. Volamos desde Pekín para llegar a Ulaan Bataar, capital de Mongolia. De allí partimos hacia el desierto, el cual es famoso por sus tormentas de arena, que suceden de un momento a otro. Precisamente, son estos vientos los que cambian permanentemente la topografía de sus "dunas cantantes" produciendo sonidos al mover las arenas, los cuales se asemejan a un largo silbido o llanto. Las dunas, de fina arena rosada, tienen una extensión de 100 km, ancho de 12 km y altura máxima de 800 metros. No puede utilizarse caballo o camello para escalarlas, lo que las hace de difícil acceso.
Los Farallones Llameantes, conocidos con este nombre por su intenso color, son famosos como cementerio de dinosaurios. Cientos de esqueletos y huevos de estos animales prehistóricos han sido hallados aquí. Muchos de ellos se encuentran hoy en el Museo de Historia Natural de Nueva York.
Para mí lo más interesante fue la reserva natural "Pico de Buitre" (Yolyn Am). Es un pequeño valle localizado entre colinas rocosas. Hay allí un aljibe que forma un riachuelo, encañonado, el cual se congela en los meses de invierno y permanece congelado aun en pleno verano. A la belleza de este pequeño glacial, en medio del desierto, se suma la variada fauna del lugar; águilas, buitres y halcones se alimentan de toda clase de roedores, sobre todo pequeñas marmotas. Se ven también carneros y gacelas.
En las estepas desérticas, que increíblemente se tiñen de verde por cortas horas después de chubascos veraniegos, se encuentran enormes manadas de caballos y camellos, salvajes y domesticados. Más de 200 mil dromedarios -camellos de dos gibas-, habitan el Gobi. Estos animales se cubren de una densa pelambre en el invierno la cual pierden durante el verano.
En fin, bien vale la pena el esfuerzo de venir a este alejado lugar del mundo.
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