Poco a poco Colombia y el mundo han visto cómo los escasos juglares del vallenato que hicieron grande este género, se han ido despidiendo y dejando un legado maravilloso para el folclor nacional. Este sábado fue el turno de Leandro Díaz, quien hasta su último respiro se mantuvo en pie, luchando y componiendo de vez en cuando los versos más hermosos que alguien puede escuchar.
En abril pasado concedió una entrevista a Colprensa, días antes de recibir un multitudinario homenaje en el Festival de la Leyenda Vallenata. Leandro Díaz, entonces, volvió a mostrarse como “el hombre que no le teme a los años”. Porque a sus 85 años de edad, sin su sentido de la vista desde que nació, pero viendo con los ojos del alma, continuaba contagiando a todas las generaciones que se han enamorado con sus canciones y que han bailado al ritmo de 'Matilde Lina' o la 'Diosa coronada', pues se podría suponer que no hay un colombiano que no las haya escuchado.
Nacido en Hatonuevo, La Guajira, Díaz pasó los primeros años de su vida sin oír una canción, pero sí hermosas melodías como el canto de los pájaros y los sonidos de la naturaleza, experiencias que después se volvieron su más grande inspiración, antes de la llegada de la mujer, a quien sin verla, se la imaginaba como el ser más divino de todo lo creado, pero indescifrable, pues él mismo la describe como una “ecuación invencible”.
Sus primeras obras llegaron gracias a los momentos vividos en su tierra natal, recuerda que su primera composición resultó de la amistad que sostenía con su vecina.
Siendo aún un adolescente, se trasladó a Tocaimo, César, donde su verdadera vida artística empezó a orillas del río del mismo nombre, mostrando sus creaciones a los acordeoneros del lugar y cantando a capela para ganarse sus primeros pesos, como él recuerda.
Así llegaron sus primeras actuaciones ante el público, pasando por grupos musicales fugaces, hasta que conoció a Toño Salas, con quien estuvo cantando durante casi quince años. Pero Leandro se dio cuenta de que más para cantar, él había nacido para escribir, transmitir lo que sentía con el alma y el corazón, imaginarse a la mujer y crear sus letras en torno a ella.
Ni él mismo se explicaba cómo hacía para componer sin ver, “pero tuve la dicha de cuando era joven que atinaba a describirla (a la mujer), es una cuestión mental, me concentro y me sale al frente. Así me doy cuenta de las cualidades que tiene, la mujer es de muchos tipos, ser bonita la salva mucho, pero también la compromete, se cree superior, es una ecuación invencible”, decía en tono bromista.
Luego llegaron los amigos, esos que poco a poco se fueron despidiendo de él como Emiliano Zuleta Baquero y Rafael Escalona, este último, uno de los más cercanos y con quien tiene los momentos más gratos.
“Recuerdo un día cuando Escalona sembraba algodón, nos encontramos y me dijo 'estoy sembrando algodón para que no digan que soy flojo', yo sabía que no era así porque él no era hombre de campo, sino de ciudad, sabía que era por hacerme reír y es que él también nació para la música”.
Con los amigos, y cientos de historias infinitas, así empezaron a aparecer las obras más destacadas de Leandro, la primera de ellas 'La loba ceniza', luego otros éxitos se asomaron como 'La trampa de los tocaimeros', 'Bajo el palo e' mango', 'Realmente enamorado', 'A mi no me consuela nadie' (su favorita) y hace 43 años su éxito inmortal 'Matilde Lina', una de las letras más interpretadas por diferentes artistas en Colombia y que hace parte de un repertorio de más de 100 composiciones.
Leandro, el conquistador
A esas reminiscencias se unen sus épocas de conquistador, cuando decenas de mujeres se paseaban por su vida, pero a la más especial le dedicaba sus canciones, por eso contaba muy sonriente: “perdí un poco de tiempo detrás de las mujeres, y es que son mi inspiración. Cuando llegaba una muchacha a Valledupar, yo me hacía amigo de ella y le hacía versos, pero no todas eran amadas, sino que uno las tenía para divertirse”, ríe.
Entendía que pasó gran parte de su vida viviendo para ellas, no obstante, su cantar se volvió otro, “los años son los únicos que dominan al hombre, por eso cuando se es joven, uno debe aprovechar ese momento, es ahí cuando uno canta bien”.
Leandro extrañaba esa época, donde los músicos vallenatos componían con el corazón y con la única intención de conquistar a la mujer con alguna de sus letras. Este año dijo que ese panorama había cambiado, sentía que la esencia de este sonido se había ido perdiendo. “Valledupar no era comercial, era narrativo. Usted se enamoraba de una muchacha y le hacía una canción, ahora las hace, pero para ganar dinero. Es que el dinero acabó con el sentimiento”.
No tenía reparos en decir que los nuevos intérpretes le tienen más amor al dinero que reciben por sus canciones, que a sus propias composiciones. El vallenato se convirtió en la forma de volverse famoso y el que les da para vivir, pero no lo sienten. Una pena lo acompañaba porque el Festival de la Leyenda Vallenata ha dejado de ser lo que fue para convertirse en un espacio comercial, que le abrió las puertas a otros ritmos y que conserva muy poco la esencia del folclor colombiano.
“Ese es el dinero, aquí la gente le da cabida a músicos, pero no por concursar ni divertirse, sino para ganarse sus pesos, y eso está haciendo entrar a más gente que nada tiene que ver con el género”.
La tradición vallenata puede desaparecer
Leandro se definía como un hombre que se podía sentir tranquilo, porque le regaló a este género todo lo que es, está seguro de que su recuerdo perdurará por siempre, lo que Dios no le dio en capacidad física se lo regaló intelectualmente, y es que aunque este guajiro fue rechazado por sus hermanos porque supuestamente no servía para las labores del campo, el género vallenato lo nombró como su padre.
Según este juglar, los intérpretes vallenatos de hoy en día, ven la música como un negocio y no como el instrumento que les permite demostrar sentimientos, “la mayoría de la gente lo que piensa es en vivir de ella (música) y no sustentarla”.
Y es que el género se volvió comercial, aunque hay talentos muy buenos para el canto, para Leandro ya no había juglares, solo cantantes, por lo que anunció que cuando llegara el momento de su despedida (que fue esta madrugada), la tradición podría morir con él.
“Un verdadero juglar le da el sentido que merece a lo que canta, porque es ahí en donde está el valor espiritual de las cosas, veo muy difícil que en estos momentos haya alguien así”.
Aunque también se sentía feliz de dejar un legado, pues su hijo Ivo Díaz le heredó su talento, ese hombre que se convirtió en el bastón de su vejez y que muchas veces hizo de sus ojos, boca y oídos, el que lo acompaña pba a donde fuera. Quién más para conocer a Leandro Díaz que su hijo, aquel que le compuso la canción 'Dame tu alma' y quien prefería llamarlo maestro antes que padre.
“Mi hijo es uno de los más preparados, le tengo fe y sé que no dejará perder la tradición. A mi me duele con sinceridad Escalona porque no tiene quién lo represente, y eso no es así. Esta es una materia que hay que quererla y vivirla y a la vez tener amor por ella. Cada uno tiene derecho a vivir de su ingenio y eso es lo que mi hijo hace”, expresaba muy orgulloso, ya que sabía que con él su música no moriría del todo.
Su cuerpo se deterioró, pero su legado jamás
Leandro, la leyenda viva de la música vallenata pasa sus últimos días en su casita de Valledupar, rodeado de sus nietos y de su hijo Ivo, su sombra. La tranquilidad y la naturaleza fueron sus fieles compañeras, así como una limitada audición que lo acechaba.
“Todos están pendientes de Leandro Díaz, sobre todo porque es uno de los juglares vivos más queridos de la música vallenata. De pronto su condición de invidente y por ser un hombre de sensibilidad profunda, la poesía que maneja en su obra llega fácilmente a muchos corazones”, relata hace un par de meses su hijo Ivo.
“Soy el hombre que no le temo a los años, porque ellos vienen conmigo desde el día que nací, y aunque la vida me haya dado a mí el trabajo, pero los años no se separan de mí. En esta vida soy un hombre con historia y a los 17 años me volví compositor, porque el piadoso me dotó de una memoria, que otros conquistas no la tienen como yo”, dijo entonces Leandro Díaz.
Aprovechó para darles un consejo a las nuevas generaciones de músicos que mantendrán vivo al vallenato: “Quisiera decirles a esos nuevos creadores que se cuiden y que cuiden a la música como un regalo de la naturaleza, como me la dio a mí que tuve la dicha, no compartó las fusiones que le han dado al género porque ante todo soy es unhombre de historia y tradición".
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