El presagio del niño que dibujó a hombres armados disparando contra gente inocente se convirtió en cruel realidad ocho días después con la masacre de 43 personas en Segovia. Aunque pasaron 22 años, los sobrevivientes no encuentran alivio a su dolor porque se sienten burlados por la justicia y hasta por sus defensores.Ese viernes 11 de noviembre de 1988 empezó como un día "triste y gris", recuerdan muchos segovianos. Había intranquilidad porque días antes circularon panfletos amenazantes contra líderes sociales y miembros de la Unión Patriótica (UP), la fuerza política que había alcanzado la Alcaldía y la mayoría del Concejo Municipal. La amenaza era directa: "muerte a revolucionarios del Nordeste".
Esa tarde, Jesús Virgilio Gómez se despidió de su hijo Francisco William para irse a trabajar a una de las minas de oro. "Tenía 10 años, era buen estudiante, le gustaban los deportes y el fútbol", recuerda el padre. Fue la última vez que lo vio. Él no había visto el dibujo que el niño pintó ocho días antes de la matanza. La imagen era la de tres carros con hombres armados que disparaban contra las personas cerca al parque y en calles de un pueblo.
Hoy, a sus 60 años, Jesús Virgilio sigue convencido de que fue un presagio de la masacre. "Dios le concedió a mi hijo clarividencia para dibujarla antes de que ocurriera".
A las 6:40 de la tarde esa imagen de muerte empezó a convertirse en realidad y en una de las más cruentas páginas de la historia reciente en Colombia. Tal como lo dibujó Francisco William, tres camperos con 30 paramilitares llegaron a cumplir la amenaza de los panfletos y esparcieron la muerte por Segovia.
Una ruta de miedo
El recorrido empezó cerca al parque principal, donde los hombres armados con fusiles dispararon y lanzaron una granada contra un quiosco donde la gente departía. Un testigo dice que no olvida que "la gente empezó a correr, otros se tiraron al piso... muchos se dirigieron al muro del comando de la Policía y les dispararon por la espalda".
A bordo de dos camperos, otros hombres se dirigieron a las calles La Madre y La Reina para disparar contra más personas que caminaban o trabajaban, como una vendedora de chance. A otros, algunos simpatizantes de la UP, los buscaron en sus casas.
El niño Francisco William Gómez, el mismo que dibujó ocho días antes la masacre, recibió un balazo mientras iba montado en bicicleta. "Mi hijo murió al día siguiente. La bala era tipo dum-dum (expansiva) y le dañó los pulmones", relató su padre durante la marcha en memoria de las víctimas, el pasado jueves.
A una cuadra de allí los asesinos se metieron al taller de Luis Eduardo Sierra, un mecánico de 47 años y simpatizante de la UP. Lo mataron junto a su cuñado, el minero Jesús Antonio García, de 38.
Luz Marina Sierra, hermana del mecánico vio horrorizada por una ventana cuando los hombres vestidos de pantalón caqui y camisetas azules lo asesinaron. "Lo patearon y decían no te vas a morir hp y lo remataron en el piso".
Los disparos alertaron a María Teresa Silva, la esposa de Jesús Antonio, que en embarazo corrió por la calle La Reina con su hija de cuatro años en busca de su marido, sin saber que él era una de las víctimas. De pronto escuchó que un carro venía y una orden: "de aquí pa´arriba fumiguen lo que vean".
Para salvarse, ella y su hija se metieron en un rastrojo. "Cuando pasaron la niña empezó a llorar y a murmurar y le metí un pedazo de la piyama en la boca... si la balacera sigue la hubiera ahogado".
A los 17 días, ya viuda, María Teresa dio a luz a su tercer hijo. Encontró apoyo en la familia del mecánico asesinado y desde entonces las familias viven juntas en medio de carencias, miedos y traumas.
Sin justicia ni reparación
A la mayoría de los familiares de las 43 víctimas, las desalienta la falta de justicia para los autores de la masacre y las promesas incumplidas de reparación por la demanda internacional contra el Estado colombiano, pues se comprobó que la Fuerza Pública se quedó en los cuarteles mientras ocurría la masacre.
"Han pasado 22 años y ya perdimos la cuenta de cuántos poderes a abogados y certificados de defunción de nuestros muertos hemos entregado para la indemnización... con ese dinero no los revivimos, pero eran el sustento de las familias", reclama María Deyanira, la madre de Luis Eduardo Sierra.
Aunque ella recibió de un abogado cinco millones de pesos hace cinco años, no entiende por qué otras familias recibieron 45 millones. Pero la mayoría de familiares no han sido reparados y no saben nada del proceso judicial.
"Hace dos años que no vienen los asistentes que envían por documentos y poderes, nunca nos responden llamadas en sus oficinas y los niegan al teléfono después de que contestan, pero cuando nos identificamos nos cuelgan".
Y a muchos defensores a quienes les firmaron poderes para cobrar hasta el 50 por ciento de la compensación nunca los han visto.
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