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EL GATOPARDO

  • EL GATOPARDO
26 de junio de 2014
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Terminaba mi anterior columna, previa a los comicios electorales para presidente, reiterando sobre la necesidad de acrecentar los esfuerzos por la reconciliación ciudadana y el respeto a nuestras Fuerzas Militares, como corolario lógico y conveniente, independiente de quien fuese el vencedor.

Según los resultados, el próximo siete de agosto empezará un nuevo periodo de gobierno, donde el presidente deberá gestionar el tránsito de la promesa a la práctica, y la oposición ejercer el indispensable control político, tal como lo expresó el contendor vencido, en clara consonancia con los principios democráticos.

Para aportar al cambio con justicia y a la reconciliación, es importante que la "realpolitik" no lleve a actitudes pendencieras, revanchistas o sectarias que no convienen ni al país ni a la democracia. La historia nos dice que la megalomanía no es constructiva en el liderazgo político ni militar. Ella sería contraria al interés nacional de tener una sociedad responsable y solidaria, comprometida con la vida, la dignidad humana y la verdad.

El peor escenario sería el seguir cabalgando sobre diferentes bestias de la violencia fratricida, sin solución de continuidad. Desde la década de los años cuarenta, en el siglo pasado, hemos cabalgado sobre la partidista, luego sobre el azote de la guerrilla comunista, seguida por la del narcotráfico y paramilitarismo. Ahora se habla de las Bacrim y de los estertores de la subversión. Esperemos no estar en los albores de una nueva violencia, otra vez originada en la liviandad política, dentro de la resiliencia que ha congelado nuestra sensibilidad.

Si entendemos que la violencia tiene motivaciones y que las manifestaciones del ser humano están condicionadas por el contexto y por los sentimientos, podremos aceptar que hay niveles diversos de responsabilidad en un universo caracterizado por la ausencia de puros y sin mancha. Entonces, para salir de esta cadena de violencias, debemos entender que en una sociedad caracterizada por la inequidad, cualquier negociación que conduzca a la paz estable y duradera no puede lograrse a cero costos.

Para que la paz no sea una simple tregua, se necesita un cambio que permita modificaciones positivas en la calidad de vida de todos los colombianos. No podemos anhelar una paz sin modificaciones en el statu quo, lo que sería como aspirar a que todo cambie, para que todo siga igual, como lo narra Giuseppe Tomasi en su novela "El Gatopardo". Una paz producto de tal imaginario no resultaría seria ni responsable.

Mi segunda reiteración apuntaba a la necesidad de regresar a la justa valoración, respeto y aprecio que las Fuerzas Militares merecen y exigen de la sociedad. Ellas son garantía para el sano uso de los derechos democráticos, y por ello deben ser ajenas a los manoseos de la política. Lo que se vio en los últimos meses estuvo mal y así debe reconocerse. Por lo tanto, debe haber una acción política para que los militares, en actividad y en la reserva, regresemos a nuestro real ordenamiento.

Estoy convencido de que, así como el pastor debe oler a ovejas, el soldado debe oler a sociedad y ello exige posiciones nacionalistas, democráticas, ilustradas y comprometidas con el equilibrio y la verdad.

P.D. Mandela demostró que el deporte es un aglutinante social e importante factor de unidad nacional. Los sucesivos triunfos en ciclismo y fútbol nos llevan a cantar como Lucho Bermúdez: Colombia, tierra querida,...grito de paz y alegría.

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