Ahí con la boca abierta, durante el tercer o cuarto bostezo de la vida, Samantha Álvarez Mesa qué va a sospechar que en casa la espera una familia bulliciosa y extrovertida.
En la habitación 117 del Hospital Manuel Uribe Ángel, de Envigado, su mamá, Maricela, la estrecha contra su pecho esperando con ansia que la pequeña, más sumida en sueños que en vigilia, no deje limpio ese bendito pañal un minuto más, por Dios.
Son las tres y quince de la tarde. Un día de nacida —no, menos de un día: veintitrés horas, para ser exactos— y ya comenzó a mandar o, por lo menos, a disponer de las cosas. Observemos: "Quién decide cuándo salen del Hospital? —le pregunto a Maricela— ¿Usted o el médico obstetra?".
"No; Samantha". Y explica que el Hospital no les da salida hasta tanto la nueva terrícola no realice la primera deposición.
"Pero ella como que está muy amañada". Comenta la tía Consuelo, quien ha permanecido al lado de la madre, al ver que la niña no da muestras de transformación alguna que indique que los sistemas digestivo y excretor funcionan de maravilla.
Su otra hija, Gabriela, nació hace cinco años en el mismo Hospital, el Manuel Uribe Ángel; con la asistencia del mismo obstetra, Emilio Restrepo Baena, y por el mismo procedimiento, la cesárea. Y no tardó tanto en verter al mundo sus primeras miserias. No, señor, al poco rato de tomar su primer alimento, directamente del envase natural en que viene, aportó lo suyo y, después de la consabida limpieza, su madre pudo marcharse.
"A descansar. Ya lo que una quiere es descansar", dice Maricela.
Y sí, se le ve cansada. Cansada de las treinta y ocho semanas de embarazo. El embarazo termina por pesar, por ser incómodo para dormir. Por pesar sobre todo en el trabajo duro en el restaurante. Por incomodar especialmente para dormir, porque las mujeres en gestación solo pueden acostarse de lado o bocarriba, y la verdad hace falta variar, sentir que se sostiene el mundo en esa postura que no adopta desde hace más de ocho meses y medio. Por incomodar también porque se hace estrecho el paso por la registradora del autobús...
"Y a ratos falta el aire".
De modo que ya se quiere ir a casa a dormir. En el frío arrullador de Donmatías.
Su esposo, Carlos, ya la visitó en la clínica. No se cambia por nadie y no ve la hora de que les den salida para tenerlos de regreso, llenando con llantos y risas el espacio frío del pueblo del norte.
Todo a su tiempo
Maricela es de ascendencia campesina. Su abuela, Gabriela —en homenaje a ella es el nombre de la hija mayor— tuvo catorce hijos y, de ellos, trece nacieron con la asistencia de parteras. A Consuelo, por ejemplo, la trajo al planeta una comadrona.
"Pero ya a una le daría miedo tenerlo con partera", reconoce la mamá de Samantha, quien sigue en piyama de lunas y estrellas.
"Ya como que estamos más civilizadas", añade la tía.
"Si con todos los recursos de la ciencia puede haber complicaciones, qué decir de esas técnicas caseras para resolver situaciones que siempre son distintas", argumenta Maricela.
Samantha no nació por cesárea porque su madre haya querido. Esa fue una decisión médica.
El médico obstetra, Emilio Restrepo Baena, explica que hace cinco años, en el nacimiento de Gabriela se recurrió a este método por causa materna: "Estrechez en el conducto vaginal".
En el caso actual, el de Samantha, digamos en palabras nuestras lo que continuó explicando el hombre de blanco, estetoscopio colgado alrededor del cuello, a esta razón se sumaron otras tres. Una, de carácter materno: la cicatriz uterina de la otra cesárea impedía una eficiente alimentación de la criatura. Y dos de carácter fetal: baja talla y peso, así como falta de fortaleza para resistir un procedimiento natural de empujar y halar...
"Además, había que realizar una ligazón de trompas, por deseo de la madre", complementa Restrepo Baena.
No son pocas las personas de Donmatías que nacen en Envigado. Y todo, porque el ginecoobstetra de confianza de muchas mujeres de allí, Emilio Restrepo Baena, trabaja en el Hospital Manuel Uribe Ángel y ellas deciden acudir a él a que las atienda.
"Así como Donmatías tiene una importante colonia en Boston, Estados Unidos, podría decirse que otra no menos importante, por nacimientos, está en Envigado", reflexiona el médico.
Maricela ya sabe lo que le espera. Trasnochos o madrugones, dolores de cabeza y satisfacciones.
"Una que es mamá, ya no vive lo mismo".
Mira la cara de la niña y comprueba que permanece dormida. Luego, sigue:
"El instinto de madre no deja dormir".
Se refiere a que siente el sueño alterado de la hija, aunque esté en otro cuarto; escucha un pequeño ahogo, un gemido, un suspiro y, claro, un llanto... y vuela a su lado.
"Antes de ser madre, una duerme plácida; ahora...".
Y la crianza. Es difícil levantar hijos hoy día. Bueno, cada época trae su afán, tiene sus preocupaciones, sus amenazas y también sus ventajas y sus alegrías.
"Pero yo sí creo que los muchachos de ahora dan más brega", opina Consuelo, quien tiene dos hijos de más de veinte años.
2.890 gramos, 46 centímetros de longitud. Primeras cifras de Samantha. Una enfermera las apunta en su reporte.
Mientras el mundo se detiene a la espera de que la pequeña Samantha realice el milagro de la deposición, el milagro simple y complejo de tener salud, Gabriela está esperando en Donmatías la llegada de su hermanita. Ha dicho que se saldrá del preescolar para atenderla, pero su madre le ha explicado que no es necesario. Que ella se encargará de todo, así le toque suspender por un tiempo su trabajo en el restaurante, por lo menos hasta que Samantha camine y se defienda un poquito.
Son las tres y media. Samantha parece que va a llorar por una corriente de aire, cuando su mamá levanta la cobija. El frío pasa y ella sigue en el punto del sueño en que iba. No hay prisa, parece expresar con su semblante.
No hay prisa. Ya vendrá el momento de volver a casa para que esa familia alborotada la reciba como debe ser. Ya tendrá tiempo para que Samantha se entere cómo es la vaina con los Mesa.
Pico y Placa Medellín
viernes
0 y 6
0 y 6