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¿El irremplazable?

14 de octubre de 2008
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No vemos con claridad el sucesor de Álvaro Uribe para el 2010, si es que el actual jefe del Estado insiste en dar un paso al costado para que maduren las candidaturas - bastante biches por cierto- de su coalición de gobierno.

Sin creer a pie juntillas en el mesianismo, ni en la vigencia de los hombres irremplazables, no percibimos por ahora quién lo pueda sustituir dentro de las opciones que hoy se barajan en el mercado electoral. Y no lo intuimos por dos razones fundamentales: la primera, porque quienes están en la fila del uribismo se sitúan en todas las encuestas de aceptación popular muy abajo de la favorabilidad que hoy tiene Uribe si se lanzara a una segunda reelección, bajo el supuesto de tener el campo constitucional despejado.

Comparten todos estos livianos aspirantes bajos porcentajes, similares a los mismos que perfilan como candidatos de la oposición -llámense liberales oficialistas o del Polo-, hecho que pondría en dificultad electoral el éxito de la cofradía uribista y sus programas, en especial el de la Seguridad Democrática, ahora con iniciativa parlamentaria para consagrarse como política constitucional de Estado. La seguridad ha sido la esencia del catecismo político del actual presidente. En ella se aferra -como condición necesaria y hasta suficiente de prolongarla- para poder abdicar de toda pretensión reeleccionista, por lo menos a corto plazo... Esa Seguridad Democrática lo catapultó para aparecer en la encuesta del Iberobarómetro como el presidente de mayor popularidad en su propio país de las 22 naciones registradas en la muestra. Supera ampliamente a mandatarios como Lula en el Brasil, Rodríguez Zapatero en España, Felipe Calderón en México, Óscar Arias en Costa Rica, Michelle Bachelet en Chile. Y, por supuesto, arrolla a los chávez, correas, evos, ortegas y la Fernández en Argentina, sindicato de los gobiernos populistas latinoamericanos.

La segunda razón por la cual no vemos fácil, por ahora, el sustituto del actual mandatario, es por la misma fragilidad política de la coalición de gobierno. Con excepción del socio conservador -que vacila entre acompañar la reelección, postular a alguien de su propia cosecha, o concurrir a una consulta dentro del sindicato uribista- los otros movimientos nuevos se han formado alrededor de la paternidad de Uribe. Carecen de sólida estructura interna programática y fundamentan su supervivencia política, esencialmente en rivalidades coyunturales y en emulaciones hereditarias de casas que alguna vez ostentaron la realeza en la conducción del liberalismo. Están tan radicalizados -aun cuando ya se habla de cruces de sonrisas y miradas coquetonas entre Santistas y Vargaslleristas- que su trajinar de antípodas grupistas hace difícil adoptar un mecanismo convincente que lo aprueben como regla de juego indiscutible para dirimir conflictos de candidaturas. En esas condiciones no será fácil llegar a un candidato único, con programa único, como herencia uribista prorrogable en el tiempo.

Pueda ser que en estos dos años que restan para la próxima contienda presidencial salga una figura -que aún no la percibimos- que cautive y pueda sustituir a Uribe en su tesón, en su preparación, en su vocación de servicio, en su liderazgo. Para que así la idea del hombre único y del pensamiento único -que reclama un descanso en la fatiga- no prevalezca sobre el libre juego y sobre las nuevas opciones en cuya vigencia renovadora se fundamenta la seriedad, la continuidad y la responsabilidad de la democracia participativa.

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