Los males suelen llegar en manada. Pasan de las páginas rojas de periódicos a la cotidianidad íntima, en idéntica proporción epidémica. Son un cerco repentino, sitian fortalezas personales y las aturden con trompetas bárbaras.
Llama una vecina a contar de su cuñado asesinado ayer en Valencia, Venezuela. El ladrón lo acribilló en una calle y privó a su mujer de caricias enamoradas que eran espectáculo para amigos y conocidos. Telefonea el amigo atleta para anunciar inminente cirugía. Le descubrieron mordedura de sol en una mejilla. Cáncer de piel, del que hablaba hace poco el editorial de EL COLOMBIANO.
Luego de finalizar, un colega, calvario judicial de varios años, ingresa otra valiente columnista a la congoja de los estrados. Son las mejores cabezas del país, los ardorosos estiletes de las llagas. Sufren asedio que emborrona la mente y arrebata serenidad necesaria para el vuelo.
El duelo visita la habitación de bella mujer recién separada de su amor. Vive la ruptura como una muerte, pues la ruptura es muerte. La lejanía la aquejaba desde hace rato, pero el tajo se siente en lo entrañable. Lamenta la actual condición masculina, tan pagada de sí misma, tan reverente ante el trabajo, tan negada para el compartir del alma.
Malignidades, dolencias, muertes grandes y pequeñas muertes, los oprobios se agolpan para declarar la vulnerabilidad radical de todo ser, la dependencia sustancial con relación a lazos naturales, históricos y sociales. No hay tal invencibilidad, no hay tal autosuficiencia, cada cual es un paréntesis rodeado de precariedades.
Hay ganancia en esta racha: el conocimiento de sí mismo y de las complejidades de la vida. Cada hachazo abre surco por donde asoman vetas incógnitas de la escultura individual y del capricho de la historia. Así avanza, entre tumbos, la fila interminable de humanos que serán polvo.
En vez de maldecir, es de sabios aplicar oído al lenguaje de las plagas. Todas hablan, son un despliegue didáctico.
La enfermedad alumbra rincones penumbrosos de las almas. Los muertos lanzan luz sobre la única certeza del futuro y dan relatividad a los esfuerzos.
Cuando llegan en manada las maldades son fantasmas los que trinan, interlocutores en idiomas intraducibles.
Habría que darles la palabra, escrutar la negrura de estos heraldos de todos los colores.
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