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El pueblo de Don Tomás

04 de octubre de 2008
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Es un pueblo marcado por el oro y los caminos: Santo Domingo. "Un poblachón encaramado en las montañas de Antioquia", según palabras de Don Tomás Carrasquilla, su hijo más ilustre. Para algunos, parecía un nido de águila; para otros, un taburete. "Opto por el asiento" escribió Don Tomás. "En todo caso, es un pueblo de tres efes, como dicen allá mismo: feo, frío y faldudo".

Su historia es bella y azarosa. A fines del siglo XVIII, cuando Juan Gregorio Duque lo fundó en el filo de una montaña, era un caserío levantado al pie de una capilla que los dueños de las minas mandaron construir para que los colonos blancos y los esclavos negros rindieran culto a Santa Bárbara, su patrona. Con la explotación del oro, creció muy pronto. Viendo que estaba construido en una cuchilla y sin "espaciosidad o llanura para que se levantara una población", los amos decidieron trasladarlo a los Minerales de San Miguel, en el Real de Minas de Santo Domingo.

En el siglo XIX, los caminos que se abrían a través de las montañas cambiaron su suerte. Primero, la trocha de mulas que iba hasta las minas de Yolombó, Remedios y Segovia. Luego, el camino hacia las Juntas de Nare que acortó la distancia entre Medellín y el río Magdalena. A partir de 1870, el camino carretero que iba de Medellín a Yolombó, pasando por Copacabana, Girardota y Barbosa. Con los caminos, vinieron los años de mayor prosperidad. Santo Domingo se convirtió en posada de arrieros que llegaban a descansar con sus muladas y en el punto de entrada y salida de las mercaderías que iban y venían entre Medellín y los puertos del Atlántico. Por último, a fines del siglo XIX, el Ferrocarril de Antioquia, que rompió el cerco de montañas que rodean a Medellín y lo conectó con las grandes ciudades de Colombia y el mundo.

Cuando los primeros trenes pasaron el Túnel de la Quiebra, en 1929, el destino del pueblo volvió a torcerse como en una novela de las que escribía Don Tomás. El oro de las minas ya estaba agotado, las familias ricas se habían ido y los caminos de arriería empezaban a quedarse solos con el paso de los camiones y los trenes. En medio de la quietud y los desasosiegos de esta parroquia nació en 1858 Don Tomás Carrasquilla, en una familia entre pobre y acaudalada, "entre labriegos y señorones y más blancos que el Rey de las Españas". El muchacho creció bajo su cielo de zinc, su neblina y sus aguaceros, en tiempos en los que se leía mucho, "a falta de otra cosa peor en qué ocuparse". Luego, viajó a Medellín a estudiar leyes en la Universidad de Antioquia, y regresó en 1876 a ganarse la vida trabajando de sastre, secretario de juzgado, juez municipal, concejal y escribiente de notaría. Junto con su amigo Pacho Rendón, asistía a todas las tertulias, bailes, bautizos, primeras comuniones, bodas y velorios del pueblo. Encerrado en un cuartucho de una de sus viejas casas, empezó a escribir en 1895, en un cuaderno de hojas rayadas, "Frutos de mi tierra". Desde entonces, abrazó el oficio de escritor por el resto de su vida, hasta que murió en Medellín en 1938, después de publicar novelas y cuentos fundamentales en la historia de la literatura colombiana como "La Marquesa de Yolombó", "Hace tiempos", "Simón el mago" y "En la diestra de Dios Padre".

En "El pueblo de las tres efes", Claudia Arroyave, una periodista joven hija de la misma escuela narrativa de Don Tomás, va a Santo Domingo y lo mira con sus propios ojos. Luego revive sus historias: las del pasado remoto lleno de leyendas; las de su época de esplendor; las de la biblioteca y la tertulia del tercer piso que fundó Don Tomás; las de la declinación del pueblo y su caída; las de su azaroso presente. Las historias son contadas por un relojero encargado de cuidar el reloj sin tiempo de las torres de la iglesia; una mujer que rememora su pasado entre las ruinas de un almacén; un cura que sueña con una carretera; un testigo de una cadena de crímenes cometidos por un solo hombre en medio de las fiestas del Año Nuevo? Sus voces, recogidas con amor y paciencia, son los hilos con los que Claudia teje un lienzo en el que pinta no solo el pasado y el presente de Santo Domingo, sino el ámbito y las historias que dieron lugar a una de las obras mayores de nuestra literatura.

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