Aunque lo estilos son diferentes en los semifinalistas, podríamos decir que los cuatro elencos tienen un denominador común. Y es que en este Mundial la valoración la hace el juego mismo, al que lo interprete mejor, a partir de lo colectivo y terminando en lo individual y no al contrario. Ese trabajo en equipo potencia la actitud y el talento individual y enriquece las variantes, siempre en pos del bien común.
Estos equipos lograron anular ese mal efecto de "vedetismo" de alguno de sus integrantes o aún de su técnico como sucedió en Argentina con Maradona, equipo este mal diseñado y descompensado, sin conceptos defensivos y un ataque que sólo mostró arranques individuales con Messi. No entendemos por qué no jugó Juan Sebastián Verón, pues pudo ayudar a que el balón no estuviera tanto tiempo en los pies de los alemanes.
Lo de Brasil evidencia algo parecido, pero no de extrañar tras ver la eliminatoria del scratch: sabíamos de sus carencias en la elaboración, no leía para elegir mejor el camino y así aplicar la velocidad adecuada. Parecía equipo principiante, amarrete en ideas, contragolpeador, vertical, vertiginoso, chocador y previsible. Es lastimoso ver un elenco con talento desperdiciado por un mal plan y una mala estrategia.
Lo de Portugal es el ejemplo de cómo un jugador (Cristiano Ronaldo) en procura de su protagonismo sacrifica a un equipo y a un país. Ejemplo que se debe asimilar por manejadores de grupos y por los técnicos para entender que la mayor labor es conformar y estructurar el colectivo con mentalidades diversas, ponerlas a trabajar por un solo objetivo. Quedarnos con la táctica y la estrategia futbolística es no entender el cambio.
Hoy en día el mercantilismo, los empresarios, la prensa y demás hacen del buen jugador un objeto de consumo, que se vende por lo que no es. Se le alimenta el ego y algún metroxesualismo que lo hace mirar más la pantalla para desfilar en vez de correr y dar lo mejor en la cancha.
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