"Los ataques contra el Papa y la Iglesia no vienen solo desde fuera”, dijo Benedicto XVI hace dos años durante su viaje a Portugal. “Los sufrimientos de la Iglesia provienen de su interior, del pecado que existe en la iglesia".
Palabras duras pero profundamente sabias las del Pontífice que hoy tristemente quedan corroboradas al comprobar que la filtración de documentos confidenciales provenía de la información suministrada por parte de al menos uno de sus estrechos colaboradores.
El problema no es el contenido de estas cartas que se publicaron a espaldas del Papa en el libro Sua Santitá, de Gianluigi Nuzzi. De hecho, no presentan grandes novedades para la opinión pública. La gravedad del asunto está en las falacias que se tejen alrededor de este acto de traición.
La primera es la de la mala concepción de libertad de prensa que alega el autor (o más bien, el recopilador de cartas) de Sua Santitá, frente a la demanda que impuso el Vaticano por la difusión de un material estrictamente confidencial. A este libro ni siquiera se le puede llamar trabajo periodístico ni mucho menos de investigación, porque lo que hizo fue publicar una serie cartas que le suministraba uno de los hombres de confianza de Benedicto XVI.
Al Papa, como autoridad suprema de la Iglesia Católica y como jefe del Estado Vaticano (y como debe de tener la máxima autoridad de cualquier Estado), se le debe garantizar la confidencialidad en el manejo en sus asuntos con relación a la Santa Sede, la Curia Romana, las diócesis del mundo y todo lo que haga parte de su amplia misión.
Tampoco justifican esta actuación excusas como de estar participando en una operación de transparencia para que la opinión pública se dé cuenta de los intríngulis que tiene la Santa Sede, compuesta por hombres de barro que tienen intereses particulares, que actúan a veces de acuerdo con ellos y necesitan de vez en cuando llamadas de atención de su máxima autoridad para que su cizaña interior no se convierta en un baobab.
Problemas delicados como los que se publican primero en los Vatileaks y luego en Sua Santitá se resuelven con prudencia y confidencialidad, no a la luz y las opiniones superficiales de los miles de espectadores que tampoco conocen el contexto ni las circunstancias en las que fueron escritas.
Momentos de tormenta vive la Iglesia donde se ve claramente el trigo creciendo junto con la cizaña. Felizmente este misterio humano y divino está fundado sobre la roca de Cristo quien aseguró: "Ni el poder de la muerte la podrá destruir" (Mc. 16, 15 -20), y con un Papa que mira con dolor pero también con esperanza estas calamidades y que sigue apostando por muchos de los que trabajan con él.
“Los acontecimientos que han tenido lugar en estos días, en torno a la Curia y a mis colaboradores, han provocado tristeza en mi corazón, pero en ningún momento ha disminuido la firme certeza de que, no obstante la debilidad del hombre, las dificultades y las pruebas, la Iglesia está guiada por el Espíritu Santo, y el Señor nunca permitirá que falte su ayuda para sostenerla en su camino”, dijo el Pontífice el pasado miércoles durante la audiencia general.
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