Ha sido tan floja y vacía la campaña presidencial estadinense, que tal parece como si la expectativa supersticiosa por el fin del mundo el 21 de diciembre hubiera paralizado los debates de fondo con ideas políticas y proyectos de gobierno, hasta dejar a los candidatos Obama y Romney en la condición de interlocutores telegráficos y acomodables a todos los gustos, como si la jornada electoral de mañana sólo fuera un formalismo inútil en las postrimerías de la historia.
Por fuera y por dentro de Estados Unidos se ha notado desánimo general frente a las actuaciones de los dos aspirantes a mandar en la Casa Blanca. El virtual empate que han sostenido Obama y Romney en la mayoría de las encuestas, el laconismo y la superficialidad de ambos en tres debates televisados monótonos e insulsos y las aparentes afinidades con que uno y otro se han mostrado conformes en materias fundamentales hacen comparable la campaña a un partido amistoso.
Así como en el escenario global la multipolaridad ha aplanado la política internacional y todos se toleran y se tapan errores y descalabros, Estados Unidos ha venido reflejando hasta la víspera de las elecciones ese marasmo político mundial, sin conjurar la crisis económica interna, sin reivindicar su liderazgo en el planeta y sin sofocar amenazas y conflictos como los de Siria, Irán, Corea del Norte y África Central.
Por eso no es extraño que Latinoamérica haya afianzado la categoría subalterna de patio de atrás y no haya merecido referencia en las intervenciones de Obama y Romney. Es posible que el aletargamiento político sea no sólo un signo patente de fatiga en la paradigmática democracia norteamericana, sino también una muestra concluyente de la acelerada pérdida de la identidad cultural estadinense, que advirtiera Samuel Huntington en Quiénes somos.
Huntington alerta por el riesgo de que la inmigración latinoamericana divida los Estados Unidos en "dos pueblos, dos culturas y dos lenguajes". Exagera, en el país de los inmigrantes. Sí puede tener razón en que el discurso de los dos candidatos se ha reducido a términos simplistas, las cuestiones esenciales han pasado al olvido, las apelaciones al orgullo nacional quedan como arcaísmos. Sólo una voz discordante se alzó en defensa de los valores originarios, la del candidato libertario Gary Johnson, pero las potentes maquinarias bipartidistas lo marginaron de los debates.
¿Por qué un día antes de las elecciones Obama y Romney parecen tan afines, tan parecidos, tan consensuales? ¿Así sea reelegido el Presidente o gane el republicano, quien gobierne seguirá sumido en la perplejidad como si tuviera la misión principal de sostener el statu quo ? ¿Acaso el miedo a que el fin del mundo esté próximo ha causado en la campaña esa suerte de estupor catatónico?.
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