Las mujeres dan menos brega que los hombres, no quiebran los copos de los árboles por sacar el grano rápidamente y se les pueden decir las cosas sin que se enojen, cuando no las están haciendo bien. Estas son las razones para que en su finca cafetera, El Tejar, de Concordia, Darío Posada prefiera contratar mujeres para la recolección de su cosecha.
Entre las chapoleras está Leticia, una mujer de 80 años, quien debe trabajar para ver por ella y por su esposo, un hombre de 88 años que ya no puede hacerlo. "Él todavía camina -dice ella-. Se levanta y se arregla para ir a misa los domingos".
Caminando por los surcos va Ubaldina. Tiene dos hijos. La acompañan en su labor. Ellos también van cogiendo café, que, al final, reúnen con el de su madre para recibir una paga conjunta.
"Yo soy sola; no tengo marido". Como la mayoría de recolectoras de El Tejar, vive en el barrio Salazar, asentamiento de casas precarias situado muy cerca de este cafetal.
A las mujeres no les gusta ir de una finca a otra encaramadas en una volqueta, apretadas como racimos y con un radio colgando al cinto, como viajan los hombres, explica Darío. "Por eso contrato, más que todo, a mujeres del barrio Salazar que, por cercano, les permite ir a pie a mediodía a almorzar a la casa".
Es cierto. Desde las laderas sembradas de café catimor se ven los tejados de Salazar.
Cuando dice que ellas no dan brega, se refiere a que los hombres son, en general, más borrachitos y peleadores. Y en ese aspecto de que se les puede hablar, alude a que, cuando arrancan granos verdes, tal vez por la velocidad con la cual quieren coger los maduros, o dejan algunos rojos como cerezas en el arbusto, su capataz, Cristóbal, puede decirles con tranquilidad lo que está sucediendo, sin esperar a que alguna de ellas se enoje, como muchos hombres.
Dicen que a las mujeres no les dan trabajo tan fácil como a los hombres, pues, en general, a ellas no suele rendirles tanto como a ellos. "Pero somos más cuidadosas y no nos desesperamos cuando se nos pierde una mano en la cogida". Con eso de que se pierde una mano, Ubaldina se refiere a que cuando los árboles son viejos y, por ende, más altos, deben curvarlos con una mano para coger el grano con la otra; no con las dos.
Darío Posada cuenta que su padre era gañán; un labrador que araba la tierra, esa misma tierra, con la ayuda de dos bueyes. Y les decía a sus hijos: si yo tuviera plata, compraría estos predios. Y, andando los tiempos, Darío le sugirió a su hermano, Antonio, cumplir los deseos de su papá y éste la adquirió "más por ayudarme a mí. Yo era talabartero, hacía los aperos más bonitos de la región. Fui pionero en usar acero inoxidable. Beatriz, mi esposa, todavía tiene guardados unos del tiempo en que nos transportábamos en bestias".
Por ese origen sencillo, Darío no se olvida de los que ahora necesitan más.
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