Como Ismael Miranda nació y creció en barrios, uno de Puerto Rico y otro de Nueva York, él sabe lo que es Manrique, sitio de su presentación de esta noche: un sector donde la gente se conoce entre sí, humilde y servicial. “Donde si uno cocina, todos comen”.
El Niño Bonito de la Salsa habla de su vida sin prisa, sentado en el patio de la piscina del hotel donde se hospeda desde el sábado anterior. Dice que de sus visitas a Medellín, de las cuales perdió la cuenta, esta es la de mayor duración. Pide un “cafeíto” al camarero y habla mientras el lustrabotas cepilla sus zapatos limpios.
Cuenta que, de niño, fue arrancado de su barrio natal, Aguada, y llevado a la Capital del Mundo “y se me complicó la vida. Vivía sin camisa. Yo no había visto un carro ni un edificio y hasta el avión en que nos fuimos, me asustaba. Yo le decía el pichón de hierro”.
Por la ventana de la nueva vivienda vio árboles blancos y secos “y así mismo quedó mi corazón”. Fue duro el desarraigo. “Yo estaba enseñado a que en Aguada, mi mamá le gritaba a la vecina, a dos casas de distancia: ‘vecina, ¿tiene habichuelas?’”
Miranda, quien se inició en la percusión cuando era un niño, pero como la conga pesaba más que él, un día le dijo al instrumento: “aquí te quedas” y se dedicó al canto, en el que deslumbraba a mentores como Andy y Larry Harlow. Pronto, todo se le vino en cadena: la grabación con El Judío Maravilloso a los 17 años y el debut con Fania cuando apenas tenía 19. En fin, el éxito.
“Al principio yo no hablaba bien español; solo inglés. El español lo hablaba en fiestas familiares”. Fue después de los veinte cuando comenzó a hablarlo de manera fluida. Más que nada, cuando él se propuso, a los 23 años, regresar a su Borinquen querido para quedarse.
Aclara que en esos años alejado de su isla, iba a visitarla dos veces al año: Navidad y vacaciones de verano. “Yo siempre he sido un enamorado de mi patria”, dice y pasa esta frase con un sorbo de su “cafeíto”, que no toma negro, sino con leche caliente y azúcar dietética.
Ismael cuenta que tiene una canción nueva, El francotirador, que todavía no se oye en Colombia. “Habla de un adicto a las drogas, quien se hundió en ese mundo por no hacerles caso a los amigos, a su familia, que le advertían de su daño, y murió”. Él estuvo en ese oscuro mundo y perdió mucho tiempo, años, antes de salir de él. El cantor de Abran paso encontró a Dios hace siete años y medio cuando se vinculó al credo cristiano, gracias a su esposa. “Antes, yo creía, pero no le servía al Todopoderoso. No asistía a ningún culto”.
Ismael Miranda es amante de los caballos de paso fino colombiano y de los negocios de bienes raíces. Ambos asuntos le producen placer y los segundos le permiten hacer una de las cosas que más le gustan en la vida: conocer personas.
Sobre su presentación de hoy, dice: “esta noche, en Manrique, daré el mejor espectáculo de mi vida”.
Pico y Placa Medellín
viernes
0 y 6
0 y 6