Cuando entrevisté al presidente paraguayo Fernando Lugo mi primera pregunta fue la que está en el centro de las discusiones políticas en este país: si el nuevo mandatario seguirá los pasos del presidente populista radical venezolano Hugo Chávez, o por el contrario seguirá el modelo de sus colegas más moderados de Chile, Uruguay y Brasil.
Desde que asumió el gobierno hace un mes como el primer mandatario de oposición después de seis décadas de gobierno del Partido Colorado, Lugo ha mantenido a todo el mundo en la duda. El ex obispo católico -conocido como "el Obispo de los pobres"- nombró al respetado economista graduado en Estados Unidos, Dionisio Borda, como ministro de Hacienda, y dio varias señales de procurar la estabilidad económica, pero al mismo tiempo se apresuró en firmar 13 acuerdos de cooperación con Venezuela y coquetea con Chávez.
El día que lo entrevisté, el principal periódico paraguayo, ABC Color, había publicado un artículo sobre un misterioso encuentro entre Lugo y el canciller venezolano Nicolás Maduro. Otro periódico, Última Hora, señalaba ese mismo día que "alguna vez el presidente (Lugo) dijo que su modelo a seguir era el gobierno del (presidente uruguayo) Tabaré Vázquez. Pero se lo ve más afín con Hugo Chávez".
Cuando le leí en voz alta ese párrafo Lugo se rió y exclamó: "¿Parecido en qué?". "Yo sigo sosteniendo que los gobiernos que nos pueden dar cierta iluminación son los de Tabaré (Vázquez, en Uruguay) y el de Chile. Yo considero que son gobiernos serios. Con eso no quiero decir que los demás no lo sean, pero son gobiernos que han tomado ciertas medidas económicas y políticas que pueden servir de ejemplo".
Pero, por otro lado, Lugo tomó distancia de las aseveraciones de Chávez y Morales según las cuales el "imperio" norteamericano estaría apoyando las protestas de la oposición boliviana.
Mi opinión: El coqueteo de Lugo con Chávez puede ser en parte un esfuerzo por conseguir subsidios petroleros venezolanos, en parte una estrategia para asustar a Brasil, país al que Paraguay está exigiendo una cuota mayor de los ingresos de la represa de Itaipú, y en parte una vaga afinidad ideológica.
Sin embargo, más que un líder mesiánico que quiere perpetuarse en el poder, Lugo da la impresión de ser el mismo obispo conciliador que fue hasta hace poco: un sacerdote que camina hacia el altar por el pasillo de la iglesia, dando bendiciones con una sonrisa hacia la izquierda y hacia la derecha, literalmente y políticamente hablando.
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