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Es tiempo de aprender

Sin superar los daños del invierno pasado, el país afronta ahora un fuerte verano. Un incendio forestal cada siete horas y racionamientos de agua en algunas ciudades no son buen presagio de lo que viene.

  • Editorial-640-01082012 | ILUSTRACIÓN MORPHART
    Editorial-640-01082012 | ILUSTRACIÓN MORPHART
31 de julio de 2012
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En menos de lo que se demora un río desbordado para acabar con lo que encuentra a su paso, ahora el verano pone en alerta al país, por cuenta de la sequía que ya se siente en no menos de 16 departamentos.

Hemos pasado de la angustia y los cuantiosos daños por las lluvias a la angustia y la incertidumbre sobre qué tan intenso será el llamado fenómeno de El Niño y, en especial, si esta vez vamos a estar preparados para enfrentarlo y mitigar sus efectos sobre sectores clave de la economía.

Que en menos de un mes de relativo verano ya estemos registrando un incendio forestal cada siete horas, y que ciudades capitales del centro y norte del país afronten racionamientos de agua, pone en evidencia que seguimos siendo más reactivos que preventivos. Que Colombia no logra diseñar y poner en marcha un moderno sistema de prevención por cambio climático y que la historia sobre damnificados, víctimas fatales y pérdidas económicas, se repite de forma cíclica, sea invierno o verano.

Hace unos meses pedíamos a gritos una tregua del invierno, pues el país estaba aislado por carretera, los damnificados se contaban por millones, los muertos superaban el centenar y los millonarios recursos destinados por el Gobierno para la atención de los desastres eran insuficientes frente a semejante emergencia, la más desastrosa en los últimos 30 años.

Ahora que es inminente la presencia de El Niño, el país no soportaría más improvisación y desidia, no sólo del Gobierno central, sino, sobre todo, de los entes territoriales y municipales, responsables directos de activar los comités locales para la prevención de desastres.

Los llamados de atención del Gobierno a alcaldes y gobernadores para que no dejen para última hora la labor preventiva, aunque oportunos, son insuficientes para garantizar que no vamos a repetir los errores del pasado.

Como “es mejor prevenir que curar”, sería sensato que la experiencia acumulada por Colombia Humanitaria en la pasada temporada de lluvias se pusiera ahora en la tarea de desarrollar estrategias y políticas para enfrentar el actual verano y, en especial, la temporada seca que se prevé será más fuerte a fines de diciembre y comienzos de enero de 2013.

No es posible impedir que llueva o que haga sol, pero sí existen muchas alternativas y comportamientos ciudadanos que ayudan a mitigar los efectos del cambio climático.

El uso responsable del recurso hídrico y el cuidado de los bosques y las reservas naturales deben estar acompañadas de eficaces campañas de prevención en salud, como quiera que este verano coincide con una fase epidemiológica de malaria, dengue y cólera.

Así como la temporada de lluvias trajo algunos beneficios, en especial en sectores como los de la generación de energía, los días de verano deberían servir para “desahogar” el cúmulo de obras de infraestructura que se requieren para recuperar las vías del país y ponerlo a tono con las demandas que encarnan los tratados de libre comercio.

Resulta oportuno, por demás, comprometer a los organismos de control en el acompañamiento de todas estas políticas de prevención y mitigación del riesgo, porque de nada vale estar sancionando alcaldes y gobernadores por incumplir sus funciones, si son los ciudadanos de a pie los que finalmente pagan los platos rotos de su desidia.

De hecho, ya comenzaron las especulaciones sobre posibles alzas en ciertos alimentos de la canasta familiar, entre ellos la leche y la carne, sectores que se ven seriamente afectados por las intensas sequías.

Esperamos que este nuevo “sorbo climático” no nos ponga en jaque y el país pueda encontrar el punto de equilibrio con la naturaleza, esa que nos hace inmensamente “ricos”, pero no pocas veces también desdichados.

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