Es extraño, pero tal vez una de las miradas más tristes del pueblo de Amagá la tenía ayer un sobreviviente, Elkin Arturo Mazo Zapata, al que sólo tres minutos lo salvaron de quedar sepultado.
Parado en la caseta donde se registra el ingreso de los mineros y todo el personal que desaparece cada día en los socavones, Elkin, de 42 años, mira atónito hacia la mina.
Y piensa, tal vez, en lo breve que es el espacio entre la vida y la muerte. Reflexiona acerca del destino, que jugó a su favor por sólo unos minutos, los suficientes para contar que está vivo, que puede tocarse y seguir por la tierra abrazando a su esposa y a sus hijos. "Cuando uno se va a ir, se va, así es", sentencia con toda sencillez.
Sin camisa, de botas y con la linterna que ilumina la mina pegada al casco amarillo sobre su cabeza, narra los momentos que vivió cuando a 100 metros oyó la explosión:
"Yo había acabado de salir, estaba acá -en la caseta- porque había terminado turno. De repente sentí una explosión muy verrionda, se vio un humero, un polvero y ahí me dí cuenta de que la mina había explotado".
En esos primeros instantes dice que quedó pasmado. Pero curtido en el oficio de las minas desde hace 28 años, entendió la magnitud de la tragedia y no reflexionó más sino que arrancó a rescatar a sus compañeros.
Afirma que cuando llegó a la entrada del socavón no vio a nadie. Entonces, los gritos y alarmas se prendieron de inmediato y Elkin se volvió socorrista.
Con la voz entrecortada, narra que cuando penetraron el túnel alcanzó a ver ocho cadáveres, los cuerpos de sus compañeros calcinados y semidestrozados. Y el alma se le hizo trizas.
"¡Claro!, es duro, son los compañeros de uno los que están ahí", dice este hombre de mediana estatura y de mirada serena, indescifrable.
Hace seis meses que él llegó a trabajar en la San Fernando y en ese tiempo se logró formar el mejor concepto de este socavón.
Precisa que a diferencia de otras minas en las que había laborado, esta es aireada, con espacios amplios y sostuvo que "aunque hace bastante calor, entra buen aire y eso compensa".
En una frase sintetiza lo feliz que se siente en este lugar: es una mina muy buena para trabajar.
Y por eso mismo, por su experiencia de minero consagrado, entiende que imprevistos siempre habrá en este oficio, considerado el segundo más peligroso del mundo después del militar.
"La verdad no me da miedo, ahorita mismo vuelvo a entrar, son cosas que pasan...".
Y a pesar de que en la San Fernando -cuyo socavón más profundo está 2.600 metros adentro de la tierra- quedó sepultado su tío Luis Carlos Zapata, de 52 años y que llevaba 23 penetrando ese túnel, dice que allí seguirá, "porque es lo que sé hacer y lo que me gusta".
Esta vez, sostiene, "mi Dios no me quería llevar, la suerte, cuando no va a ser pa' uno, no es pa'uno".
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