Cuando Aníbal Troilo "Pichuco" escuchó el tema Ese muchacho Troilo, que en homenaje a él estaba tocando su orquesta y cantando el Polaco Roberto Goyeneche, en una reunión de la RCA Victor, preguntó: "¿quién es el arreglador de ese tango?". "Garello", le respondieron. "¿Cuál Garello, el que está conmigo?" "Sí; el mismo". Y el Bandoneón Mayor de Buenos Aires llamó aparte al músico para confirmar esa información. Después, le dijo: "¿Dígame, pibe, quiere escribir para mí? Lo espero mañana en mi casa".
Raúl Garello, quien tres años antes, en 1963, había ingresado a su orquesta como bandoneonista, en momentos durante los cuales integrarla era un sueño para casi todos los músicos de Buenos Aires, alcanzó otro anhelo, el de arreglador de su música, hasta 1971, cuando Pichuco dejó la escena artística.
Ese día, la esposa de Troilo, Zita, una griega muy cercana a los músicos, lo llamó "El Tapadito". ¡Cómo era que en todo ese tiempo, decía ella, no se habían enterado de su talento para la escritura musical…
"Fui a su casa al día siguiente y comencé con la escritura de Los mareados".
Garello explica esto, 48 años después, diciendo que era normal que no lo supieran, porque quienes son dados a la poesía o a la escritura son personas pudorosas para mostrar su creación.
El Tapadito nació en Chacabuco, a 200 kilómetros de la capital argentina. En su casa no había artistas. Sin embargo, "yo llegué al tango siendo muy pibe, escuchando el sonido del bandoneón que ejecutaba otro pibe. Ese es el sonido del tango. Y ese sonido produjo en mí un encantamiento que nunca termina". Como un loco, averiguó dónde podía aprender a tocarlo. "Comencé a hacerlo a los 12 años, de pantalón corto". Integró el quinteto de su primer maestro, el italiano Salvador Criscuolo, carpintero y luthier. El viejo carpintero, además, criaba canarios. Ese conjunto de carpintería, luthiería, canarios y música conformaba un ambiente seductor para un pequeño como Garello.
"En el quinteto había un guitarrista, un flautista, un acordeonista, un violinista y yo, que era el bandoneonista". Amenizaba bailes populares interpretando rancheras (música campesina), pasodobles, fox-trots y algunos tangos.
A los 18 viajó a Buenos Aires y se inscribió en la universidad para hacerse abogado, pero solamente se inscribió; nunca estudió abogacía, porque el hechizo del bandoneón seguían dominándolo. Integró algunas orquestas antes de llegar a la de Troilo.
El bandoneón de Pichuco
"Dos meses después de la muerte de Pichuco, Zita, la griega, me llamó y me dijo: Pichuco tiene cuatro bandoneones. ¿Querés escoger uno?". Garello deseó llevarse el último que usó el gordo, pero Zita quiso conservarlo, lo mismo que el bandoneón que le regaló su madre, en 1924, cuando Troilo era un chico de 10 años. Quedaron dos. Raúl eligió uno que conocía y había usado años antes, cuando mandó el suyo por unos días al luthier.
Lo tuvo más de 30 años. Lo usaba, claro, porque "la juventud de un instrumento depende de que lo toquen, como las mujeres". Hasta que, hace unos siete años, pensó: "no puedo ser tan egoísta de tener para mí solo este bandoneón que es tan importante como una guitarra de Gardel". Y resolvió regalárselo a la Academia Nacional del Tango de Buenos Aires, para que lo disfrutaran muchos.
Ahora, esta entidad se lo prestó para que lo trajera al Festival de Tango de Medellín.
Después de integrar la orquesta de Pichuco, Garello no ha parado de hacer sonar su fueye ni de escribir piezas musicales. Ha integrado otras agrupaciones, ha tocado para grandes cantores, ha escrito para grandes orquestas del planeta. Hasta en el Teatro de la Scala de Milán ha sonado su música. Sin embargo, él no pierde la humildad. Anda emocionado porque los "pibes y las pebetas" de la orquesta que dirigirá mañana en la clausura del Festival, lo aplaudieron al final del ensayo.
"Soy del 36 —dice—. El mío, en la música, ha sido un camino árido. Pero cuando uno quiere... Para mejor decirle, si tuviera que volver a transitarlo, lo haría otra vez de buena gana".
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