Silencio y algunos abucheos se escucharon ayer en la función de prensa de Grace de Mónaco, una de las aperturas más opacas del Festival Internacional de Cine de Cannes en los últimos años.
Poco o nada queda por salvar de este naufragio artístico que firma el francés Olivier Dahan, autor recordado por su trabajo biográfico sobre Edith Piaf, La vida en Rosa.
Las expectativas eran más o menos altas al tratarse de una película sobre la vida de una actriz de cine amada como Grace Kelly y los rumores confirmados acerca del malestar en Mónaco de la familia real con el tratamiento dado en el filme a la princesa.
Si bien la prensa especializada coincidirá en lo mediocre de sus resultados, la programación de esta función de inauguración tiene una explicación atendible y es la presencia como protagonista principal de Nicole Kidman, convertida en la primera gran figura para dar aliento a un certamen que tanto procura el efecto mediático.
Grace de Mónaco no es propiamente una obra biográfica. La historia se centra en 1961 cuando Grace recibe la invitación para volver al cine como protagonista de Marnie, el nuevo filme de Alfred Htichcock, que la llevó al estrellato en el cine norteamericano.
La decisión de Grace de marcharse de Hollywood y casarse con el príncipe Rainiero a mitad de los años cincuenta fue para muchos la materialización de un cuento de hadas y para otros la traición mezquina de una vocación. Dahan y su guionista entroncan la duda del regreso con el momento en el que Charles de Gaulle quiere que el Principado sea francés y que sus ciudadanos paguen impuestos.
El realizador desaprovecha las posibilidades que el tema brindaba y opta por un tratamiento que elude el asunto central de esa especie de traición a la vida que Grace se jugó en su momento.
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