El día de la mujer se deshacen los medios en elogios a la madre, dulce, perfecta, encantadora. Sin embargo, demasiadas mujeres sufren y sufren sin que nos demos cuenta. Hoy me quiero ocupar de un grupo especialmente ignorado: las esposas de los militares; desde suboficiales hasta generales. Todo lo que se haga en contra de los militares, afecta directamente a esas mujeres.
Mientras los maridos se van para recónditos lugares de Colombia, ellas quedan a veces sin ninguna comunicación por varios días; quedan solas haciendo el papel de papá y mamá, y deben “explicar a los hijos la ausencia de un padre que ha entregado su vida a la patria porque ha jurado defenderla”. Los niños no tienen claro qué es ‘patria’, ni por qué a ellos les toca perder el papá para que ese ente abstracto esté en paz. Con ese trajín a cuestas y la angustia permanente, su única satisfacción es saber que su marido “es valiente e íntegro”.
Lo más cruel llega cuando, después de años de esfuerzos y disciplina, cuando ya retirados se sienten fatigados, aparece un representante de la Fiscalía General de la Nación que, sin mucho pensarlo, los priva de la libertad para investigarlos porque “son un peligro para la sociedad”. Después viene la racha de acusaciones sin bases sólidas, por delitos atroces de “lesa humanidad”. Como si dejar sus cuarteles y sus seres queridos para ir a vivir en la manigua, en la humedad, el calor, el frío, las peores incomodidades, exponerse a ser herido, mutilado o muerto, fuera un acto banal y aventurero.
En Colombia los jueces, fiscales y etc., van a tener que aclarar qué consideran ‘peligro para la sociedad’ porque nos tienen desconcertados con la lista que incluye a personajes tan pacíficos como el exministro Andrés Felipe Arias, el expatriado doctor Luis Carlos Restrepo, y ni hablemos del coronel Plazas Vega con cuatro años de prisión, sin que se haya podido encontrar una sola prueba en su contra.
Frentes guerrilleros, campamentos terroristas, búnkeres disimulados, emboscadas sorpresivas, campos minados, cultivos de droga, caletas marinas y submarinas, todo eso existe en Colombia y son los objetivos de las patrullas militares; sin hablar de las misiones que deben acometer en las ciudades contra esos mismos adversarios. A los que no estuvieron en un combate preciso, se les acusa muchas veces, -y muchos años después-, de haber dado las órdenes de ‘agresión’, o responsables ‘indirectos’ de un crimen, aunque sea inverosímil, incoherente y evidentemente falso; lo que importa es acusarlos.
Otro momento angustioso para las mujeres: sus esposos quedan detenidos y no saben si serán llevados a sitios de reclusión idóneos, a unidades militares o a cárceles comunes y lejanas, donde se encontrarán posiblemente con gente que han combatido.
Y falta: si el militar está activo, le congelan parte de su salario y su familia enfrenta un grave problema económico.
Hay que soportar, además, los titulares y noticias tendenciosas, a veces irresponsablemente falsas, que publican los medios; eso tiene consecuencias psicológicas que afectarán a los hijos, sobre todo si son menores o adolescentes. El esfuerzo principal debe ser impedir que la mentira se imponga y empiecen a dudar de la honorabilidad de su padre; hacer que comprendan que en Colombia hay una guerra de más de medio siglo y que los enemigos de la patria, ante su fracaso militar, tratan ahora de ganarla manipulando los estrados judiciales y que su padre es una víctima de ese andamiaje.
Otro factor que la mujer del militar y su familia deben encarar con seriedad es la creencia de que todo eso se resuelve con abogados, no siempre es cierta. En muchos casos, el derecho es impotente ante la maniobra y el sólido montaje subversivo. A pesar de que existe una defensoría militar hay que saber que cada abogado de esa defensoría debe hacerle frente a sesenta casos, pues ya son cerca de cinco mil los militares detenidos. En esas circunstancias, muchas veces toca conseguir un abogado particular… sin tener recursos.
El sufrimiento que están teniendo las mujeres de los militares colombianos es un dolor desconocido por el país que se extiende a sus hijos, familias y amigos. Sin embargo, parece como si todo el mundo ignorara que ese dolor existe. ¡Es el dolor de la injusticia!
(Agradezco a la esposa del militar que me suministró información sobre este problema)
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