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GUAYABO NEGRO

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01 de octubre de 2013
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Desconocemos si en su reciente viaje a Nueva York para promover el apoyo de la ONU a su proceso de paz, Santos tocó las puertas de los organismos multilaterales para gestionar créditos que coadyuven a la financiación de los costos de los innumerables compromisos adquiridos con su política inmediatista e imprevisiva.

Porque a las concesiones económicas que hizo el gobierno para apagar los incendios de los paros nacionales -que obligó a prolongar el impuesto del 4 x 1.000- se suma ahora, tanto el impacto que en las cuentas estatales tendrá la rebaja de mil pesos en el galón de gasolina, como la adquisición de recursos para que el proceso del postconflicto tenga solidez y perdurabilidad.

Calculaba la revista Dinero que si se reduce el precio del galón de gasolina para el consumidor, el golpe en los ingresos oficiales sería de 2.6 billones de pesos. Y los gastos que implica afrontar el postconflicto, estarían en el orden de los 22 billones de pesos anuales, cifra que sería obligada a repetirse continuamente por espacio de 20 años, si se quiere que la paz cuaje y se estabilice.

¿Con qué recursos se van a atender esos compromisos? ¿Cómo va a afectar el gasto público y cómo encajará en la Regla Fiscal, chaleco protector que blinda a los presupuestos públicos del manirrotismo y de los faranduleros del despilfarro?

¿Habrá quizá más impuestos draconianos para encarar el problema fiscal que se avecina? ¿Para enfrentar los próximos paros agrícolas ya cantados, se destinarán los cinco billones producto de la venta de Isagén? ¿Qué reforma tributaria aprueba un Congreso en vísperas electorales, máxime cuando la mayoría de sus miembros arrullan el sueño de la reelección? ¿Podrán Santos y su ministro de Hacienda crear el ambiente propicio para establecer más gravámenes que ayuden a solventar su generosa como imprudente forma de apagar las protestas sociales y los movimientos sediciosos en las vías públicas?

Pero los interrogantes abundan. ¿Los organismos internacionales de crédito y de cooperación estarán dispuestos a desembolsar, con facilidades de amortización, los dineros requeridos para que todos los compromisos que se desprenden del postconflicto tengan respuesta oportuna y eficaz? ¿O se les irá en simples apoyos morales, envueltos en declaraciones almibaradas de buena voluntad, las cuales atiborran los anaqueles de la diplomacia? ¿O acaso, para cooperar en las financiaciones de lo que se viene, atenderá y aplicará el presidente Santos el consejo de su abuelo -el célebre escritor Enrique Santos, Calibán- cuando hace 80 años en el conflicto con el Perú recomendaba a todas las mujeres y viudas de Colombia, "llevar sus antiguas joyas al Banco de la República para aumentar los fondos y reservas" con el objeto de financiar los gastos del entonces simulacro de guerra internacional?

El país está a la expectativa de lo que sigue. Y de pronto, si creemos en el optimismo de Santos, estaríamos destapando licores para celebrar el levantamiento de las barricadas de los paros y el silencio de lar armas de la subversión. Pero estos prodigios, en medio de la resaca, si no hay recursos para atender tales convenios, podrían constituirse en un segundo libro de la obra de Efe Gómez, Guayabo Negro.

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