En algún momento de estos cuatro años tuve la ilusión de que la política colombiana entraría en una etapa de renovación profunda. El escándalo de la parapolítica estaba en su apogeo y en el Congreso de la República caminaba un proyecto que obligaba a todos los parlamentarios vinculados a esta operación criminal a abandonar su curul y a los partidos políticos comprometidos a un proceso de depuración o disolución. El proyecto fracasó y las cosas volvieron a la dura normalidad de los últimos 25 años.
En estos días hemos visto que no fueron suficientes los esfuerzos de la justicia y la labor esclarecedora de algunos medios de comunicación y de la academia. El Partido de Integración Nacional -PIN-, que recoge los restos de varios grupos metidos hasta la médula en la parapolítica, está a las puertas de tener una gran figuración parlamentaria.
Pero no es una excepción. La mayoría de los partidos que concurren a las elecciones de este domingo 14 de marzo tienen en sus filas a personas con una investigación abierta o a herederos de los presos y condenados. Es una vergüenza. El Partido de la U. acumula a 13 candidatos en estas condiciones, el Partido Conservador 11, Alas 6, Cambio Radical 5, El Partido Liberal 5.
Y está el caso de Apertura Liberal, que tiene como representante legal a Miguel Ángel Flórez, inhabilitado para ejercer cargos públicos; y como cabeza de la lista a Senado al hermano de David Murcia Guzmán, extraditado a los Estados Unidos con los cargos de lavado de activos.
¿Cuántas de estas personas llegarán al Congreso? No serán pocas, porque cuentan con ríos de dinero y con envidiables palancas de poder consolidadas en diez o más años de ejercicio político. No son los únicos. Está visto que por cada dirigente político llevado a los estrados judiciales por sus alianzas con grupos ilegales o por abierta corrupción hay dos o tres que permanecen en la sombra disfrutando de la impunidad.
No es el único factor que contribuirá a la configuración de un Congreso con graves cuestionamientos éticos y con indudables limitaciones en su labor legislativa. El desprestigio del Congreso inhibe el compromiso de profesionales de probada honestidad y de gran preparación académica, a quienes no les resulta atractivo hacer parte de las listas al Senado o a la Cámara.
A eso se debe la deserción de personas como Cecilia López, gran parlamentaria del Partido Liberal en el periodo que concluye. Por eso es tan difícil encontrar a personas dedicadas y brillantes en las listas. No es un orgullo ser parlamentario en Colombia. No tiene la notoriedad que ostenta en otras latitudes. En ocasiones se convierte en algo vergonzoso.
Pero como el Congreso es un pilar fundamental de la democracia no podemos obviar nuestra participación en su elección. No nos queda más remedio que escudriñar una a una las listas y buscar las alternativas que en algo contribuyan a la renovación política.
Las dos grandes novedades en la disputa por el Congreso son el Partido Verde y las listas que acompañan a Sergio Fajardo. Recogen a un importante grupo de hombres y mujeres que quieren llegar a la política para cambiarla. Sería bueno que lograran pasar el umbral requerido para colocar una bancada en el Congreso y no la tienen fácil. Las maquinarias políticas aceitadas por los dineros de las mafias y por el clientelismo harán todo para sacarlos de la competencia.
En estos casos la votación puede ser por el Partido en su conjunto, porque lo más importante es empujar su presencia en el parlamento ayudándoles a que reúnan la votación suficiente para saltar el umbral. No quiere decir que sean los únicos que tienen en sus filas a candidatos honestos y calificados. En todos los partidos los hay. Pero es necesario examinar caso por caso para no terminar llevando agua al molino de la corrupción y la ilegalidad.
Ya que no fue posible que el mismo Congreso procediera a golpear la parapolítica quitándoles las curules a los implicados, es necesario que la sanción provenga de los electores.
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