El padre Sergio se destripa una espinilla, la agarra y la arroja lejos. Uno piensa que el escupitajo es el gesto humano que compendia el desdén, pero al ver al padre Sergio sacarse espinillas de la cara y lanzarlas al piso, comprendemos que este hombre ha refinado un fastidio superior.
Nos conocemos hace años. Fuimos compañeros de colegio. Le seguí la pista hasta los primeros semestres de teología. No supe de él en mucho tiempo. Al reencontrarnos, me contó que renunció al sacerdocio a poco de tomar los votos. No solía explicar las razones de su deserción de las milicias de Cristo. Sólo los habitantes más antiguos del barrio estamos al tanto de su breve paso por la clerecía, pero ya no asociamos su figura con la de un pastor de almas. Unos cuantos, en broma, le llamamos padre Sergio.
En el Salón Europa, garito del Centro, es uno de los tantos habituales que acuden a matar el tiempo.
Como sé que casi a cualquier hora puedo encontrarlo allí y que rara vez juega, me doy una vuelta por el lugar en el sopor de las dos de la tarde, y, al amor de un tinto compartido, le pregunto sobre San Martín de Porres, el santo mulato.
No sé qué privilegio tengo en su estima: conmigo suele ser expansivo cuando lo orillo hacia un tema que para él es tabú, el de la religión.
II
Que San Martín de Porres es precursor de la abolición de la esclavitud, comienza afirmando el padre Sergio. Yo lo escucho sin chistar, pero en mi interior pienso que está equivocado. En las biografías del santo se precisa que jamás lideró reivindicaciones sociales ni políticas.
Era una especie de Tío Tom, afecto a los amos, al que no inquietaban ardores de rebeldía. Me pregunto qué habría pensado de la teología de la liberación y esas cosas.
No culpo al padre Sergio. Su yerro es comprensible. Por fuerza, su memoria debe haber sufrido merma tras tantos años de salcocharse en el aire estanco del garito.
"Es un santo reconocido, pero sin mucha propaganda", me cuenta, mientras su mente bucea en aguas trabadas por los sargazos y las penumbras del abandono.
"En Quibdó hay un barrio llamado San Martín de Porres, fundado por devotos". La escafandra del recuerdo del padre Sergio se abre paso entre los obstáculos y va encontrando claridades. "Importantísimo: era un experto herbolario. En este ramo, sintetizó la medicina española, la india y la africana. Tenía fama de sanador, de estar en distintas partes a la vez".
De poco le valen a San Martín de Porres estos dones de ubicuidad hoy, me digo, contrariado por mi búsqueda infructuosa de información sobre él.
Antes de acogerme a la comunicabilidad del padre Sergio he tocado las puertas de un par de iglesias y visitado dos negocios de literatura cristiana. En vano. Cada parroquia tiene su patrón, la devoción y la publicidad son exclusivas.
Estaba a punto de creer que el santo peruano carecía de parroquia en Medellín. Hay de San Antonio, de San Judas, de San Ignacio, etcétera. De San Martín de Porres, lo ignoraba.
Mi pesquisa me llevó al pórtico de la Candelaria, en el Parque Berrío, donde tuve mejor suerte: conseguí una novenita a San Martín de Porres. Adelantándose al día de la santa cruz, los ventorrillos de mercaderías religiosas ya habían surtido una buena provisión de crucecitas de mayo en diferentes modelos.
Un hombre joven quería comprar una, pero no se decidía por cuál. Entre la oferta destacaba una con el aditamento de un palo de chuzo a modo de lanza con la punta pintada de rojo. Este detalle cruento escandalizó al comprador. No entendía por qué esa fijación sadomasoquista. "Para simbolizar la pasión", dijo la vendedora. "Él ya dio su vida por nosotros, eso basta", comentó el hombre.
Yo tenía a mano la novena a San Martín mientras hablaba con el padre Sergio. "Aunque ha sido opacado por las élites, tiene gran raigambre popular. ¿Recuerda la telenovela mexicana Mari Mar? Allí hay una fuerte presencia de San Martín. Es a este santo a quienes la heroína (protagonizada por Thalía) y la abuela se encomiendan." Siguió estrujando la memoria, al tiempo que se encarnizaba con las espinillas, y añadió: "Ayudaba sobre todo a los humildes. Era muy caritativo".
Deberíamos pegarnos de San Martín, padre Sergio, me dije en mis adentros, no sin un tris de sorna. A ti te ayudaría a conseguir el empleo que te esquiva hace años y a mí a labrar unas crónicas excelentes. Y esta es una época de perlas para pedirle el milagrito, porque se cumplen cincuenta años de su canonización. ¡Cómo será el festejo!
Ah, mejor fiarse al propio esfuerzo, porque todo lo del pobre es luchado y casi que a escupitas. El mismo San Martín debió aguardar bastante a ser canonizado, casi 200 años. En tanto que su paisana Santa Rosa de Lima obtuvo el honor en 50 años, poco más o menos.
III
Si la celebridad de un santo se mide por el número de los patronazgos y las hermandades que su imagen concita, San Martín de Porres es de los más ilustres. Además de Perú, se le rinde culto en Venezuela, Panamá, Estados Unidos, Argentina, Costa Rica, México, Colombia.
No sólo es honrado por la iglesia católica, también por la anglicana. Es patrón universal de la paz, patrono de la justicia social en el Perú, patrono de los enfermos, protector de los pobres, patrono de los barberos, patrono de los barrenderos, patrono de la intercesión de los animales, patrono de los químicos farmacéuticos del Perú, patrono de la sanidad de las fuerzas policiales del Perú, etcétera. Su festividad es el 3 de noviembre, día de su fallecimiento.
Nació en 1579 y murió en 1639, en Lima, entonces virreinato. Perteneció a la orden de los dominicos, a la que ingresó en 1594, en calidad de criado, por su condición bastarda. Su padre, español oriundo de Burgos, no lo bautizó. Su madre, Ana Velázquez , era una negra liberta procedente de Panamá. Con el correr de los años y por sus muchas virtudes, ascendió a hermano y luego a fraile, haciendo votos de pobreza, castidad y obediencia.
Tuvo una hermana menor, Juana, ajena a las pasiones místicas, más inclinada a las carnales: se casó bien casada.
A pesar de ganar fama de personalidad carismática, San Martín de Porres no desarrolló una línea de misticismo propio. Sus modelos de santidad fueron Santo Domingo de Guzmán, San José, Santa Catalina de Siena y San Vicente Ferrer.
Junto a Santa Rosa de Lima y San Juan Macías, San Martín de Porres conforma el llamado "Altar de los Santos Peruanos". Se dice que el virrey Luis Jerónimo Fernández lo visitó en su lecho de agonía, que le besó la mano y que le pidió rogara por él en el cielo. Sus restos están en la Basílica y Convento de Santo Domingo, en Lima. Fue beatificado en 1837 por el Papa Gregorio XVI y canonizado en 1962 por Juan XXIII.
IV
Casi llegando a una región de aguas iluminadas, El padre Sergio acaba por hablar de la escoba y del trío zoológico que descansa pacíficamente a los pies de San Martín: "La escoba es el signo del servicio", dice. "San Martín de Porres es el esclavo que, por medio del servicio, reconcilia a todos", concluye.
Observo al perro, al gato y a los ratones, el simbólico trío animal. En la ilustración de la novena hay tres ratones, mientras que en otras imágenes he visto que sólo aparece uno. Me pregunto si con un número plural de roedores la eficacia conciliadora del santo es la misma que con uno. Como que sí.
Mirando la estampita, no se me hace tan traída de los cabellos una analogía con la situación del país, donde existen enemigos irreconciliables, el perro, el gato y el ratón. Especialmente cuando el padre Sergio dice: "Cristo es luz", señalando el crucifijo que el santo lleva en la mano derecha (todavía estamos viendo la imagen de la tapa de la novena). E imagino la escoba martiniana barriendo de golpe los odios, trayendo la paz a Colombia.
Cuando estoy cogiéndole el sabor a la charla, el padre Sergio se levanta, alegando que debe marcharse. "Si mañana se da una vuelta por acá, seguro que le suministro más datos. Puedo recomendarle un libro", afirma.
Antes, de separarnos, me pide el pasaje. Me quedo mirando su cara huesuda, su calva, sus ojos retadores. Sé que la mayoría de las veces no tiene ni para un café. Le doy un billete y abandonamos el Salón Europa. En la acera nos damos un apretón de manos y tomamos sentidos diferentes. Vive en Enciso. Por lo general se va caminando.
Y yo pienso en Lima, en el heroico Martín de Porres, trasegando de un lado a otro a socorrer a los pobres, a aliviar a los enfermos, regresando luego al convento, a su celda. Su ariete era la humildad. Pienso en esa Lima de la primera mitad del siglo XVII, que ni soñaba con el telúrico Bolívar, libertador del Perú casi doscientos años después de Martín, cuyas armas fueron las bayonetas y la pólvora. Tras sus gestas Bolívar no se recogía en la oración sino en las saturnales por las que hizo célebre la Quinta de la Magdalena.
Lima de Martín de Porres, católica, colonial, donde Melville emplaza el fin de su relato Benito Cereno, en que Babo y Atufal, negros sanguinarios lideran un motín de esclavos en un barco que los transporta, en el tiempo de la trata.
V
En el valle de Aburrá contamos con dos parroquias devotas de San Martín de Porres. La más antigua es la de Villa del Socorro, entre los Populares y Aranjuez. Fue erigida por decreto arzobispal en agosto de 1963. El año entrante, en noviembre, también cumplirá los cincuenta años. El nombre se originó en las cualidades de sus moradores, la humildad y el servicio, explica la secretaria del despacho parroquial.
La otra, en Ancón, La Estrella, mucho más reciente.
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