En el planeta de los viajeros, Hillary Clinton se ha ganado un puesto de honor.
Desde que ejerce de secretaria de Estado, a principios de 2009, ha permanecido en la oficina de Washington el equivalente a siete meses.
El resto de días se los ha pasado por el mundo, donde se ha cosechado el estatus de estrella del rock.
Ha visitado 102 países -su jefe, Barack Obama, 32-, lo que ya supone un récord en el desempeño de su cargo.
Ninguno de sus antecesores había hecho tantas veces las maletas como ella. ‘’¿Convertirse en una estelar secretaria de Estado -se pregunta la columnista Margaret Carlson- es el punto final para Clinton?
¿O entrará en la carrera por la presidencia otra vez? Su respuesta está cargada de melancolía. Ella dice anhelar su recogimiento y hacer cosas ordinarias, como caminar en poca compañía’’.
Pero, por ahora, no le queda más remedio que verse rodeada de presidentes y de altos cargos, de conocidos o recién presentados, de amigos o todo lo contrario.
Hoy concluirá un nuevo maratón diplomático, que le habrá llevado a nueve países en trece días. Arrancó con un vuelo que la dejó en París, de donde saltó a Kabul y luego a Tokyo, en escasas 48 horas, pese a las distancias.
Después pasó por Mongolia, donde el presidente Elbegdorj Tsakhia no la recibió en un palacio, sino en una gran tienda de campaña.
Muy decorada, pero tienda de campaña al fin. De ahí, en un día, transitó por Vietnam -el primer viaje de un secretario de Estado en más de cinco décadas-, donde certificó los horrores de la guerra; Laos y mantuvo una cena en Camboya. La última etapa se desarrolla en Oriente Medio.
Antes del cierre en Israel, Hillary Clinton dejó una de sus fotos para la posteridad. Sentada en un sofá, mirando en perpendicular hacia la silla donde se halla Mohamed Morsi, el presidente egipcio surgido de las filas de los Hermanos Musulmanes, a los que muchos ven en Estados Unidos poco menos que salidos del infierno.
Clinton y Morsi, destacan algunas crónicas, no se estrecharon las manos en la primera aparición pública ante los medios. Esta circunstancia había levantado muchas especulaciones por causa de la fe musulmana de Morsi y su relación con las mujeres.
Sin embargo, la delegación estadounidense aseguró que, en privado, a puerta cerrada, sí que se produjo ese gesto de educación.
La Secretaria de Estado le prometió al presidente egipcio el apoyo de Estados Unidos en el proceso de transición.
“Esta visita de la señora Clinton -señaló The New York Times- emerge como un triunfo del pragmatismo por encima del idealismo dentro de la Administración Obama e incluso de la propia secretaria”.
Hillary Clinton, cuando estalló la revuelta en El Cairo, en la plaza Tahrir, dijo de entrada que Hosni Mubarak era el hombre de Estados Unidos.
A los pocos días, la misma secretaria de Estado, en plan converso, fue de las que con más dureza atacó al último faraón . Mientras en los sectores conservadores crecía el temor de que el poder de un país aliado, uno de los grandes destinatarios de ayudas militares y que había permitido mantener la seguridad de Israel, cayera en manos islamistas, Morsi era el gran enemigo para estos.
Un año después, la secretaria Clinton, en sus viajes por el mundo, ha demostrado a muchos que sabe nadar y guardar la ropa.
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