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Hotel Transylvania: un hotel de medio pelo

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12 de octubre de 2012
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El cine abusa de los monstruos. Como no le pertenecen a nadie, como no hay que pagar derechos de autor por los vampiros, los hombres-lobo y las momias, los grandes estudios de Hollywood han echado mano de estos personajes en distintas épocas, sobre todo en momentos de crisis, cuando necesitaron hacer producciones baratas (lo que se conoció como Serie B) para llenar las salas que enfrentaron angustiadas la popularización de la televisión a finales de los años 50.

Hotel Transilvania es una digna representante de esa tradición de abuso con los pobres monstruos. Por supuesto que hablamos acá de una película dirigida al público infantil, a la que no podemos pedirle que asuste a los niños. Pero sí podemos exigirle que sus personajes estén bien estructurados, que su apariencia sea asombrosa y memorable, que hagan parte de una historia divertida e inteligente, pues Monsters Inc y Cómo entrenar a tu dragón nos han demostrado que es posible. Lastimosamente, no ocurre eso en este hotel.

La historia nos cuenta que Drácula ha construido una fortaleza hotelera, para que los monstruos puedan esconderse de los humanos mientras pasan vacaciones. Y que además es un padre sobreprotector, que cuida a su única hija de los peligros del mundo exterior. Cómo ha logrado que su hija Mavis, una adolescente de 118 años que se puede transformar en murciélago, no haya salido hasta ahora a conocer los alrededores del castillo, es un aspecto de la trama que la cinta no se preocupa por explicar convincentemente, como si hubieran faltado horas de trabajo en el guión antes de empezar a producirlo. Y lo mismo pasa con el diseño de los huéspedes monstruosos y con algunos escenarios de la historia, que lucen descuidados en las texturas y los detalles. Los niños, acostumbrados a las gráficas asombrosas de los videojuegos, también lo notarán.

La idea del hotel de monstruos al que llega un humano despistado hubiera permitido todo un desarrollo narrativo y estético (como el que se logró con el mundo de la gastronomía en Ratatouille, por ejemplo) que en Hotel Transylvania luce desperdiciado. La historia se desarrolla a los trancazos, como si fuera una sucesión de sketches independientes (el de la piscina, el del concierto) que alguien hubiera cosido con hilo grueso. Los personajes son incoherentes en sus acciones (Mavis nunca se enoja de verdad con su padre, el discurso de Frankenstein frente a los humanos es tan conmovedor como un glaciar) y el desenlace es poco menos que vergonzoso. Comete esta cinta el peor error que un título infantil puede tener: subestimar a su público, olvidando que es el más exigente.

Como los personajes que vemos hacen parte de nuestra cultura y de los relatos con las que crecimos, la experiencia de ver Hotel Transylvania logra entretenernos y hacernos pasar el rato. Pero da mucha tristeza ver a unos monstruos tan insípidos y una historia con el conde Drácula, a la que le faltó sangre en las venas.

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