Ante tantas redacciones que uno siente cada vez más huérfanas de jefes de redacción y editores que nos enseñen a entender y honrar la profundidad de este oficio, quiero citar al maestro Javier Darío Restrepo en una de sus antológicas columnas escritas como Defensor del Lector de este diario, hace poco más de diez años:
"La imagen creada por el poeta chino que escribió que cuando cae una hoja tiembla una estrella, tiene una estremecedora aplicación cuando se piensa en el peso de una hoja de papel periódico, en una sociedad en la que una palabra de más o menos puede significar la vida o la muerte de las personas".
Esta semana acudí a presenciar el momento emocionante y merecido en el que algunos de los mejores periodistas de Iberoamérica, convocados por la Fundación y el Premio de Periodismo Gabriel García Márquez, entregaron al maestro Javier el reconocimiento a la Excelencia.
Esa ha sido su vida. Un constante abrazo de entendimiento entre lo que se hace y se dice. La coherencia indisoluble entre la palabra y la obra. Presencia de muchas horas para explicar con sencillez los asuntos más complejos, tarea esencial de todo periodista que sabe que escribe para que lo lea el gerente ilustrado, pero también para que se sobrecoja con sus crónicas el vendedor de dulces de la esquina.
Fue afortunado tener a Javier Darío Restrepo, durante 2000, apenas a unos pasos diarios de distancia y a la oportunidad cálida de un tinto, de un café humeante que él endulzaba con sus palabras.
Estábamos en la casona de El Colombiano, en el Parque Simón Bolívar, cuidados de la mejor manera por otra soberbia maestra y señora: María Victoria Gómez.
Llegaba de hacer reporterías en esa Bogotá siempre formalista del traje en Palacio, y gozaba bloqueando con mi vehículo la salida del estrecho garaje del carro de Javier Darío. Era la señal de que estaba allí y que podía ocupar sus horas de consejos y enseñanzas, que hoy, creo, no tengo cómo pagarle.
-Maestro Javier, me ofrecieron trabajo en un noticiero de TV. ¿Qué hago?
-Carlos, te queda mejor escribir. No te veo haciendo un periodismo tan instantáneo. Hay mucha gente esperando allá en los campos que vayas a ser testigo de sus dificultades.
Ese consejo él lo reiteró en otras de sus columnas: "ni neutrales, ni atrincherados, sino como voz de una ciudadanía que, a pesar de todo, cree en el poder que no nace del fusil".
A Javier, cientos le debemos la experiencia aleccionadora, la reflexión indispensable para no equivocar el camino, para saber esquivar ese periodismo conforme y domesticado, hoy, en redacciones tan hueras.
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