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La batalla de los computadores

  • Juan José Hoyos | Juan José Hoyos
    Juan José Hoyos | Juan José Hoyos
08 de mayo de 2010
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Esta semana leí los periódicos como si estuviera viendo una película de terror. Los titulares y los cables de las agencias de noticias decían: "Las máquinas se apoderaron de la Bolsa de Nueva York y provocaron pánico en el mercado". "Estados Unidos busca el ordenador fantasma". "La Bolsa cae 9 por ciento". "Un error desata el caos".

Yo sabía que un computador puede ganar una partida de ajedrez a un gran maestro. Lo demostró el computador de IBM que derrotó a Boris Spassky. También sabía que puede causar pánico en una Bolsa de valores. Lo demostró con creces en diciembre de 2005 un corredor de valores de la compañía japonesa Mizuho Securities, cuando tratando de vender una sola acción por un valor de 610 mil yenes, tecleó al revés la orden en su máquina y vendió 610 mil acciones a un yen. La Bolsa de Tokio tuvo que ser cerrada varios días.

Pero lo que sucedió esta semana en Nueva York provoca vértigo. En cuestión de segundos, varios computadores programados para tomar decisiones financieras hicieron evaporar miles de millones de dólares. Los corresponsales cuentan que los números llovían en las pantallas de las salas de negocios como si hubiera estallado una nueva guerra mundial. Hasta hoy ha sido la pérdida de dinero más grande acumulada en menos tiempo en la Bolsa de Nueva York durante toda su historia.

Los expertos aseguran que todo sucedió en nano segundos, que es un segundo dividido en mil millones de partes: el tiempo de las computadoras del siglo XXI. Hace tres años, estas máquinas realizaban medio millón de operaciones por segundo. Hoy, el 70% de las transacciones diarias las realizan aparatos aún más potentes programados con modelos matemáticos que les permiten adelantarse al flujo de los negocios y anotarse grandes ganancias o minimizar las pérdidas en cosa de segundos.

Seguí paso a paso la película de terror leyendo del jueves las excelentes crónicas de Sandro Pozzi, corresponsal de El País, de Madrid. En principio, se dijo que el origen del pandemónium se debía a una orden del Citigroup. Al parecer, como sucedió en Tokio, un empleado hundió la tecla b (de billions, miles de millones de dólares) en lugar de la m (de millones) al ordenar una transacción de acciones de Procter & Gamble. El Citigroup negó esa acusación. Pozzi, en cambio, reveló que se fabulaba con la búsqueda de un computador fantasma como origen de la cadena terrorífica que desató la serie de órdenes automáticas y descontroladas en el sistema. La descoordinación entre las plataformas electrónicas de otras Bolsas como la de Chicago y Nasdaq no permitió una reacción oportuna del mercado y provocó su derrumbe.

Sin embargo, un consejero de la Bolsa de Nueva York explicó que no creía que el asunto se debiera a un error humano al teclear una orden. Según él, debido al sistema actual de operaciones realizadas con grandes computadores, hay que aceptar que cosas así van a seguir pasando. "El computador busca liquidez muy rápido, y lo hace sin parar 30 ó 60 segundos como nosotros" dijo.

Pozzi cuenta que, después del caos, a la memoria de casi todos vino la pesadilla que se vivió en 1987, cuando un ordenador mostró por primera vez su poder frente a los humanos. Ese año, los inversionistas perdieron más de 500 mil millones de dólares en un solo día en la Bolsa neoyorquina. En cuestión de horas, el pánico se volvió un fenómeno global. La caída se atribuyó a un error de un novato en computación de una firma de valores de Wall Street. "A partir de ese evento, se activaron mecanismos para prevenir situaciones de pánico provocadas por las máquinas. Un cuarto de siglo después, todo apunta a que el temido ordenador fantasma volvió a actuar y que el miedo desencadenó en un abrir y cerrar de ojos una espiral sin precedentes".

Lo del jueves, en suma, fue una batalla campal entre computadores. Esas son las máquinas que hoy gobiernan nuestras vidas: vigilan las pulsaciones de nuestros corazones en las salas de urgencias de los hospitales; controlan los vuelos de los aviones; gobiernan los semáforos; registran las operaciones de los bancos; llevan y traen las cartas de amor; son la extensión de la memoria humana. Y por lo visto también quiebran las Bolsas.

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