El gobierno Santos se está jugando una carta llamada Reforma Política. En ella, a última hora y después de no estar de acuerdo, incluyeron la obligatoriedad de voto en Colombia para las tres próximas elecciones.
Lindos ellos… Imagínese entonces un día de elecciones en el cual tiene que ir a ejercer el derecho al voto no por convicción sino por obligación. Y si no lo hace, chupe, papá, porque le van a caer encima con una multa. ¿Multa por no votar?, Sí, multa, porque "en este país, o se vota, o se vota".
Supuestamente, el voto obligatorio permitirá que "más de ocho millones de colombianos abstencionistas ayuden a mejorar la democracia y a limpiar las costumbres electorales". Lo pongo entre comillas porque fue el senador Roy Barreras, a quien todos sabemos que los votos le hacen agua la boca, el que lo dijo, emulando ser un adalid de la democracia.
¿A son de qué quieren esto? Los ponentes parten de la base de que la obligatoriedad del voto contrarresta el abstencionismo tan grande que hay en este país. Hasta ahí, la idea es comprable porque en las últimas elecciones presidenciales la abstención alcanzó un promedio de 56 %. Pero el tema cae en el absurdo cuando se mira la génesis del asunto. Seguro que don Pacho, doña Marina, Pedrito, Pablo y Aracelly quieren votar, pero no lo hacen porque están hastiados de ver a los mismos con las mismas y sentirse literalmente "obligados" a elegir las mañas y vicios que hoy hacen de la política colombiana lo que es. Los ciudadanos que no votan, sencillamente, tienen una pérdida de credibilidad no en la democracia, sino en los personajes que la dirigen. Ese es el quid del asunto.
Además, es muy raro que haya una convicción profunda de que hay que ir obligatoriamente a las urnas en defensa de la democracia, mientras que en La Habana se cocinan unos acuerdos con las Farc que deben ser refrendados con voto popular. Claro, para que sea válido ese referendo se necesita mínimo el 25 % del censo electoral, es decir, más o menos 7,5 millones de colombianos. Entonces, con el voto obligatorio se garantizará de papayita la cantidad de gente necesaria para el referendo donde se elegirá si estamos o no de acuerdo con la paz de Santos. Suena a truco político. No se nos olvide que en la vida nacen los micos de dos formas: la primera, por efecto natural y la segunda, por acción de los políticos que saben engendrarlos.
En esta tierra el abstencionismo no nació porque sí. Es una respuesta al hastío que generan las mañas políticas. Claro, para los puristas de la democracia no votar es algo sacrílego, pero para el ciudadano del común es una forma de pasar cuenta a los políticos que no les generan ni cinco de confianza. En resumen: el abstencionismo es sinónimo de que la gente no cree en la política. ¿Obligándolos a votar sí creerán en ella?
El voto obligatorio no puede imponerse a la topa tolondro. Los ciudadanos no se forman a la fuerza. Votar es un ejercicio de libertad orientado por el derecho a hacerlo y el deber de ejercerlo. Lo único que aquí debería imponerse es que las elecciones sean trasparentes, sin amagos de corrupción, que los partidos dejen a un lado el clientelismo mermelado y que los políticos que aspiran a representar al pueblo cumplan y se comporten como debe ser, olvidándose de la batracería y la lagartería, ganándose algo de respeto a ver si superan la mala imagen que muchos hoy ostentan. Obligar a la gente a pararse frente a un tarjetón es seguir enflaqueciendo una democracia que ya de por sí es famélica en muchos aspectos. Entonces, señores, aplausos porque con el voto obligatorio estamos ante una nueva colombianada.
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