Todos conversan con la Torre. Unos para lanzarle madrazos; otros para contarle sus asuntos, románticos o políticos; los demás para soltarle loas; también los hay que escenifican en ellas sus novelas policíacas, y no faltan quienes desean tirarse desde lo alto.
Los madrazos más famosos los profirió Guy de Maupassant. El célebre escritor, con casi 300 artistas más, se ensañó en críticas mordaces contra la simpática estructura durante su construcción y primeros años: "Esta pirámide alta y flaca de escalas de hierro, esqueleto gigante y falto de gracia, cuya base parece hecha para un monumento formidable de cíclopes, aborto de un ridículo y delgado perfil chimenea de fábrica".
Era tal la animadversión del prolífico narrador por la Torre, que en el inicio de La vida errante escribió: «Dejé París y hasta Francia, porque la torre Eiffel acababa por aburrirme demasiado (...)".
Paul Verlaine, el poeta maldito, la mencionó como "este esqueleto de atalaya". Y Léon Bloy, autor de La mujer pobre, como "esta lámpara de calle verdaderamente trágica".
Atacar la estructura erigida por el ingeniero Gustave Eiffel y su compañía de construcciones, se constituyó en símbolo de intelectualidad.
Esa dama de hierro no lograba seducir a tantos a primera vista, a pesar de las cifras de sus estructuras y sus dimensiones que rayaban lo obsceno. No deslumbraba la cantidad de metal utilizado ni la multitud de obreros que ensamblaron sus partes. Menos aun la comparación con otros monumentos del orbe.
Pero no todos pensaban igual. El poeta ruso Vladimir Mayakovski, el autor de La nube en pantalones, estuvo Conversando con la ella. Llego a la Plaza de la Concordia,/ y espero que venga a la cita,/ cruzando la niebla,/ surgiendo tras las casas apiladas./ La Torre de Eiffel,/ ¡ Chist…/ Torre,/ más despacio./ que la pueden ver. Y Hemingway... ah, ese aventurero loco era quien tenía entre sus sueños lanzarse de lo alto, pero esos franceses tan entrometidos, decía, no lo dejaron hacerlo.
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