A la "Estrella de la limpieza" lo conocí una mañana de septiembre. Llegó a mi apartamento de Jerusalén con unas gafas negras de sol y una camisa impecable. Al abrir la puerta sonrió con mesura. Este hombre llamado David, nació en Etiopía y llegó a Israel gracias a la Operación Moisés ejecutada por el ejército en 1984 con el fin de sacar secretamente de Sudán a los miles de judíos que estaban allí.
David había llegado para ayudarme a arreglar la casa cuando mi cuerpo no daba más. Mis mellizas apenas iban a cumplir tres meses, mi esposo se alistaba para viajar y las visitas familiares de rigor ya habían regresado a sus países. Antes de comenzar, pidió que le hiciera un café con leche. Con una precisión milimétrica y un total dominio del oficio, organizó todo en cuatro horas. Antes de despedirse fue muy claro: "sólo puedo venir los martes por la mañana, me gusta tener llave del apartamento, si me cancela un día de trabajo no vuelvo más. No toco bebés y si debes salir unos minutos, no puedo mirarlos".
Por un momento pensé que estaba hablando con una celebridad. Y pasó lo que ocurre muchas veces a quienes vivimos afuera por temporadas largas: me pregunté qué habría pasado si estuviera en Medellín. A pesar de las excepciones naturales y de la delincuencia conocida, creo que entre las montañas de Antioquia viven las personas más amables del mundo. Y lo mismo opinan varios extranjeros que han viajado por decenas de países. No vi algo así en otro sitio. Ni siquiera en Italia, Turquía o en los pueblitos árabes que visité donde la gente es tan hospitalaria. Ninguno hizo cosas que he visto en Medellín: gente que ayuda a buscar direcciones en la calle cuando uno está perdido, médicos que dan el número de celular y un abrazo al final de la cita o porteros que sonríen y siempre están listos para ayudar sin importar la hora. Taxistas que a pesar de las negativas llevan los paquetes del supermercado hasta el ascensor.
Muchos de los que han vivido siempre en esta ciudad ven estas cosas como normales. Algunos exigen más o maltratan a quien sirve. Como aquel señor de corbata que después de esperar casi media hora para renovar su licencia de conducción gritó: "Si no me atienden ya los demando".
Las encuestas y artículos lo han demostrado. Colombia ha sido catalogado como uno de los países más amigables del mundo. Y sorprende saber que muchos de los que sirven con alegría viven en barrios apartados y hacen maniobras para sobrevivir con un sueldo escaso. Afortunadamente cada vez aprenden más a defender sus derechos y las injusticias son más difíciles de esconder ante la velocidad y el nuevo carácter democrático de la información. Todo aquel que tenga un teléfono medianamente moderno, puede tomar una foto, hacer un video, reclamar y pedir un cambio. Y eso nos da un poco de alivio a quienes creemos que las condiciones de quienes nos hacen la vida más fácil deberían ser mejores, más amables
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