El país quedó grogui. Ver a Íngrid Betancourt lista para firmar el referendo para la segunda reelección, rozagante encabezando su guardia de soldados desmelenados, salvajes y tiernos al mismo tiempo, y verla regañar dulcemente a su madre por no darle las gracias al Presidente y luego ver a Yolanda Pulecio como una niña buena soltar la frase impronunciable, fue demasiado para una sencilla tarde de miércoles. Colombia está bien acostumbrada a la desmesura y a los mareos que trae la continua sensación de irrealidad, pero nuestras sorpresas son casi siempre trágicas, es raro que podamos reírnos del desenlace de nuestros nudos perpetuos. No recuerdo una noticia, exceptuando las apoteosis deportivas, que haya despertado un llanto risueño y una sensación de desahogo tan generalizados. Las Farc creían extorsionar a un gobierno pero se vio muy claro que el país entero sufría ese larguísimo chantaje.
Ahora nadie duda que las Farc han pasado de la soberbia a la repetida humillación. Hace unos años sacaban a los diputados del Valle en una impecable operación de inteligencia, sin disparar un solo tiro, disfrazando de perro antiexplosivos a un chandoso experto en esculcar canecas. Pero los tiempos han cambiado. Asesinaron a los diputados por torpeza y crueldad, luego exhibieron su cinismo en las cartas donde intentaban tapar el crimen y ahora son las Farc las que sufren los engaños, las que corren hacia los helicópteros equivocados en busca de un interlocutor, las que entregan sus pistolas a los soldados ante la necesidad de encontrar un amigo que les muestre algo de solidaridad.
No vale la pena hacer un seguimiento de lo que ha dicho Juan Manuel Santos sobre todo este asunto. El hombre anda como en las nubes, habla de un rescate de película, narra la operación y la llama novela, pone el vídeo y grita luces, cámara, acción. Cada día se parece más a Pachito. Pero sí vale la pena pensar en lo que han dicho los personajes más cercanos a las Farc en términos ideológicos. Fidel Castro habló de un secuestro "cruel e injustificado" y dijo alegrarse de la liberación, incluso de la de los tres norteamericanos. Lástima que la noticia pueda demorarse tres años en llegar a oídos de Cano. Chávez repitió con fuerza, ocultando su despecho por no haber podido entregar su espinoso ramo de olivo a Íngrid, que "el tiempo de los fusiles ya pasó", y pidió de nuevo la liberación de los secuestrados sin condiciones. Evo, con evidente falta de oxígeno en el cerebro, celebró "los acuerdos que se van tomando entre las Farc y el Gobierno". Pero al final remató con la frase que las Farc comienzan a oír desde todas las orillas: "No estamos en tiempos de luchas armadas". Para terminar Piedad Córdoba felicitó al ministro Santos. De verdad no es raro que el hombre ande con delirios de grandeza.
Es imposible esperar inteligencia y sentido de oportunidad de parte de las Farc. Pero es necesario pedir inteligencia y sentido de las proporciones al país y al Gobierno. Ya un amigo de Íngrid dijo que es ella quien mejor conoce la realidad nacional y mundial, porque tenía un diccionario y un radio de pilas en su equipo. Íngrid necesita sobre todo reposo, la euforia es una muy mala consejera en política. La euforia la llevó a entregarse a las Farc, sabiendo que esa guerrilla es, por oposición, la encargada de marcar los tiempos de la política en Colombia. Que las Farc no nos escojan el presidente otra vez. Sólo imaginen a Luis Eladio Pérez de ministro del Interior. El Gobierno por su parte debe concentrarse de nuevo en su enemigo y olvidar a la Corte. Gozar su triunfo y archivar el referendo. Manejar sus problemas con la altura del que va liderando el campeonato y no con el desespero del que está peleando el descenso.
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