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25 de diciembre de 2012
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Pregunta: "¿Vos pa’ qué viniendo?". / Respuesta: "Pues a enseñar a los indios la Ley de Dios".

P: "¿Quién a vos mandando?" / R: "Dios".

P: "¿A dónde topaste Dios?". / R: "Onde Medellín".

P: "¿Ese Megueguín mucho lejos?". / R: "Sí, mucho".

(Primera entrevista de Laura Montoya Upegui con indígenas).

La religión católica se dice monoteísta; no obstante, cuenta con una legión de semidioses al mejor estilo de los griegos: seres humanos que, por sus cualidades extraordinarias, merecen estar al lado del Altísimo.

Se los denomina "santos". Y hay para todos los gustos y necesidades.

Quienes nacimos en el seno de una familia católica, y estudiamos en colegios de comunidades religiosas, solíamos entretenernos en nuestros ratos libres con un programa de televisión fantástico: Los grandes héroes de La Biblia.

Por mi parte, yo elegí una universidad pontificia y, por voluntad propia, continué con mi plan autoevangelizador leyendo las biografías de los santos. Lo que otros jóvenes buscaban en Batman o la Mujer maravilla, yo lo encontraba en San Jorge y Santa Bárbara. Pero eso sí, ninguno como Santa Lucía. Qué importa si existió o no: ella es mi definición de lo heroico.

Gracias a la bondad de Roberto Ojalvo (director del Museo municipal de Jericó), quien me presta libros sin acosar, he leído sin prisas la Autobiografía de la beata Laura Montoya Upegui.

La hija de Dolores y Juan de la Cruz jamás conoció a su padre, quien "murió defendiendo los valores religiosos". Cuatro horas después de haber nacido en Jericó, y contra la voluntad de su familia, un sacerdote decidió llamarla Laura. Con su nombre quiso evocar el laurel, que significa "inmortalidad".

Laurita lloró por primera vez a los seis meses: "Me necesitabas tan guapa, tan sin nervios, tan aguantadora", reflexiona ante Dios en sus memorias. De su madre, escribió: "Tan seria en sus afectos, que jamás recuerdo que nos hubiera besado".

De niña, los profesores de gimnasia no le tenían paciencia a causa de su torpeza física. Las exigencias a las cuales la sometían fueron una preparación para su vida misionera, para los interminables paseos a caballo y en mula que la acercarían a los indígenas.

Cuando habló por primera vez con ellos, la impactó el miedo que traslucían sus palabras, así como su apreciación estética del mundo, tan ajena a la suya.

Maestra, escritora, fundadora de la Congregación de Misioneras de María Inmaculada y Santa Catalina de Siena, Sierva de Dios, beata. Y, próximamente, santa.

La primera colombiana en las Grandes Ligas… del Cielo.

Para los creyentes en milagros es un motivo de júbilo; para los amantes de la épica (como yo), un descubrimiento. Y para aquellos que no hacen parte de ninguno de los dos ámbitos, la mejor excusa para peregrinar a Jericó, uno de los pueblos más hermosos de Antioquia.

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