César Pérez García fue un político todopoderoso. No solo en Antioquia, sino en el país. Alcanzó los máximos honores en su partido, el liberal, y de su mano tuvo un manejo amplio de la Cámara de Representantes, la cual presidió. Contó siempre con el apoyo, aquiescencia y solidaridad de sus copartidarios y de los jefes de Estado liberales.
Sin embargo, todo su poder -infinito, sólido y, hasta ayer, interminable- no se acompañó nunca de prestigio personal ni de respeto intelectual. Infundía más temor que cualquier otra cosa, y en el escenario turbio de la política electoral, los millones para financiar campañas y los cientos de puestos en la burocracia para aceitar la maquinaria nublaban cualquier reparo ético de sus colegas.
Algunos de quienes lo acompañaron en su empresa política ponderan su origen humilde, su lucha por sobresalir y la fundación e impulso a la Universidad Cooperativa de Colombia, en la que han hecho y hacen estudios superiores miles de colombianos.
Por promover una ley que otorgaba beneficios a las universidades cooperativas, en una época en que la suya era la única, el Consejo de Estado -cuando era estricto en la aplicación de las inhabilidades- decretó la pérdida de su investidura de congresista.
Perder su investidura no significó su muerte política. Regresó a Antioquia, donde la Asamblea Departamental fue suya. Literalmente. La presidió varias veces, y de ella se valió para seguir siendo un jefe político frente al cual candidatos a alcaldías y gobernación tenían que desfilar para obtener su beneplácito. Y ya ni se diga una vez elegidos. Casi todos los políticos que en privado manifestaban sus más graves reservas sobre el personaje, se desvivían ante él para obtener su apoyo en época electoral.
Ayer, la Sala Penal de la Corte Suprema de Justicia, en sentencia de única instancia -por ende, inapelable- y sin salvamentos de voto, considera probado que el político liberal es el responsable de la masacre de Segovia, que el 11 de noviembre de 1988 dejó 45 muertos y numerosos heridos en este municipio del nordeste antioqueño.
¿En qué se basa la Corte para considerar fuera de toda duda la responsabilidad de Pérez García en uno de los crímenes más aterradores de nuestra historia, vergüenza de la humanidad? Ante todo, en el testimonio del autor material de la masacre, Alonso de Jesús Baquero, alias ‘Vladimir’; y de las declaraciones posteriores de Iván Roberto Duque, alias ‘Ernesto Báez’, y de Freddy Rendón Herrera, alias ‘el Alemán’.
Según ellos, Pérez García "persuadió" a Henry de Jesús Pérez para ejecutar la matanza y detener así el avance de la Unión Patriótica (UP) en un municipio que era feudo electoral del liberalismo. Instigó, por tanto, un crimen de lesa humanidad, enmarcado en un plan sistemático y continuado para "exterminar" la UP.
La justicia llega luego de 25 años. Puede decirse, de cierta manera, que la masacre de Segovia no quedó impune.
La Corte Suprema, en definitiva, da por terminada la carrera de un hombre oscuro. Carrera que, de haber atendido los múltiples testimonios adversos que nunca trascendieron lo privado, tendría que haber sido juzgada -política y judicialmente- hace mucho tiempo.
¿Qué deja Pérez García? A Antioquia, un pobre aporte a la dirigencia nacional. A su partido, una vergüenza sin atenuantes. A la clase política nacional, el lastre de lo que no ha habido manera posible de dejar atrás.
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