Como viajero, tengo una percepción muy distinta a la que dibujó el pasado viernes en este diario el gerente del aeropuerto José María Córdova. En la noche del sábado 22 de junio llegué en un vuelo internacional, y lo que vi fue que la cantidad de viajeros de solo tres vuelos que coincidimos (Madrid, Miami y Panamá) desbordó la capacidad de la terminal de llegada, pequeña y estrecha. La fila subía hasta más arriba de la escalera eléctrica, detenida para evitar caídas. No había 10 funcionarios en inmigración, como dice el gerente, sino cuatro. ¿Cómo será, entonces, cuando Medellín llegue a ser el importante polo de turismo que quiere llegar a ser, y no sean tres sino muchos más los vuelos que lleguen simultáneamente?
Para acabar de ajustar, pasa uno el control de pasaportes y se encuentra de inmediato con que para acceder a las lentísimas cintas de recogida de equipaje, hay que acceder a un cobro abusivo, cuya tarifa decide no se sabe quién ni con qué atribuciones, para usar un carrito para las maletas: seis mil pesos, tres dólares o dos euros. Más caro que en Europa, que en muchas ciudades de Estados Unidos. Un señor cobra la plata muy orondo, sin ofrecer recibo. ¿Plata de bolsillo? ¿Para quién? ¿Hay control?
El paso por la aduana depende de la cantidad de viajeros y de funcionarios de la Dian disponibles, y ya, a la salida, el alboroto folclórico del que hablaba el informe del periódico el pasado viernes, que obviamente no es responsabilidad del concesionario del aeropuerto. Muchas cosas se puedan mejorar, sin que esto se tome como un ataque a la ciudad.
Pico y Placa Medellín
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