¿Cómo puede explicarse la inaudita experiencia que el concierto de McCartney significó para los colombianos?
Habría que empezar por comprender que tal espectáculo aprovecha todas las asociaciones que gravitan en torno a un tiempo psicológico intuido como una experiencia de satisfacción, que se condensa en el eterno presente de la nostalgia.
En un acontecimiento en el que, dicho con las mismas palabras, por el mecanismo psíquico de la metonimia, Paul McCartney condensa la satisfacción que hubiera deparado la agrupación de Liverpool que ha eternizado su nombre: "The Beatles".
Con una palabra que conjura los ideales de una cultura que no cesa. Creando una atmósfera que cobija las diferentes generaciones humanas que se han sucedido desde su aparición en la década de 1960. Posicionándose en el presente con una sombra proyectada en un pasado que se diluye en una percepción que -para las generaciones más recientes- pareciera haberse originado en el principio de los tiempos.
La experiencia, así mismo, no se descontextualiza del puro fenómeno de masa, de la psicología colectiva, afincada en la especulación con las implicaciones prácticas que se extraen del desbordamiento emocional.
Propiamente hablando, el éxito de ese nombre -Paul McCartney- deriva de una idea implantada en el inconsciente colectivo por la miríada de comentarios con que las décadas de los medios masivos de información han bombardeado el discurrir de nuestra civilización, hasta darles forma a los "hechos" culturales que ahora configuran nuestro presente.
Muy especialmente, Paul actúa como el representante vivo que encarna, por desplazamiento psíquico, la imagen de John Lennon; ese sueño que configura la forma de un preciado sueño humano.
Encantamiento que no se rompe y que alimenta la no razonada fascinación de una nostalgia promovida universalmente.
En una ilusión de felicidad a cuyo campo de influencia todos quieren ir a ampararse. Como una droga socialmente valorada. A manera de distracción de la intolerable naturaleza humana que deriva en las formas de la guerra, y del ultraje del hombre por el hombre. Ello explica la inaudita experiencia que el concierto de McCartney significó para los colombianos.
Para no hablar de ese anacronismo que trae de gira por el país a los clásicos, apelando a la vigencia de artistas cuya más cierta actualidad es el presente de la memoria, pero que sólo hacen presencia en Colombia cuando presienten la obsolescencia de su carrera.
Cuando del tiempo de su cenit se abisman en la narración de una experiencia histórica. O que en un punto de quiebre de su carrera se apiadan de la larga soledad de este país que -sienten- no tenía quien le cante. Acontecer que ha hecho que los colombianos muchas veces estemos a la moda, con una experiencia que ha pasado de moda.
El brillo que se le supone a ese mito -Paul McCartney-, la talla con que lo han labrado los hechos históricos que se asocian a la experiencia vital de sus humildes e innumerables comentadores -que nos suponen insensibles a sus desproporcionadas palabras-, profundiza la idealización de este personaje del reino fantástico de la música.
Aunque muchos actualmente no saben quién es Paul McCartney, nadie ignora que es un hecho histórico, en cuyo espectáculo por nuestro país la mayoría ha fantaseado eternizarse n
* Sicólogo de la U. de A.
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