Tan pronto se despierta, el actor George C. Scott lee los obituarios del periódico. "Si mi nombre no aparece en ellos, entonces me levanto de la cama". Sin querer queriendo, muchos hacemos lo mismo.
García Márquez entre ellos. No lo cuenta su biógrafo inglés, sino amagaseño, Belisario Betancur. "Lee obituarios para saber en propiedad cuál es su estado existencial en ese momento. Eso hago yo también", ha dicho BB.
"La muerte entra por el espejo", leí en alguna tardía revista. "Morir es fácil: tarde o temprano todos lo consiguen".
Suelo coleccionar frases de este calibre para repasarlas en este fúnebre noviembre. Es una forma de exorcizar la pelona, de espantarla. Hasta el momento vamos bien, como proclamó el suicida que apenas había recorrido un piso "cuesta abajo en su rodada".
Art Buchwald, el célebre columnista-humorista gringo, dejó lista la noticia de su partida en un video que ofreció The New York Times : "Hola, soy Art Buchwald y acabo de morir".
Envejecer también es cambiar de lecturas. En nuestra jodentud lejos estaba de nuestras prioridades engullir artículos que hablaran de personas a las que nunca volveremos a llamar para darles un cálido beso telefónico. O pedirles plata prestada.
Hay obituarios tan sobrados que, gustosos, invitaríamos a almorzar al autor para lagartearle unito para alebrestar nuestro ego.
"Señor malas noticias" llamaban en The New York Times al periodista encargado de despedir muertos ilustres.
El "Pirata" Joaquín Sabina despachó a su amigo Pablo Lizcano: "? brilló con rara elegancia, con fingida indiferencia, con encanto irresistible, sin pisar, sin empujar, sin apabullar a nadie?".
Hace poco, en El Colombiano, doña Claudia Elena Díaz, evocaba bellamente a sus familiares fallecidos hace un año en "La cola del zorro": "? vuelvo a decirles adiós con las mismas lágrimas y con el mismo dolor".
Menos mal, de un tiempo para acá podemos morir por club. Me refiero al arcaico sistema de comprar ropa y pagar después. Esa modalidad con el que pagué mi primer Everfit, hace parte de la nostalgia. Supongo.
Ahora pagamos el entierro con la cuenta de la luz. O pagábamos. En mi caso, me moría tranquila y lentamente por cuenta del dueto Codensa-Mapfre. Pagaba cumplido, por derecha. En reciprocidad, ellos se encargarían del resto. Incluidas lágrimas y sollozos.
Un buen día dejaron de cobrar. Nunca devolvieron la platica recaudada pese a los reclamos. Entonces tocó cambiar de empresa funeraria. Así que la cuenta está pagada para cuando se apague del todo la luz.
No creo haberlo logrado, pero me habría gustado vivir con la receta de Mark Twain que quizás he mencionado: "Morir de tal forma que lo lamente hasta el empresario de pompas fúnebres". Al fin y al cabo, siguiendo a Borges, "la gente debería tener la sana costumbre de morir". Espero no ser la excepción, pero "? el día esté lejano".
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