El pánico y el caos se apoderaron de los centenares de niños y mayores que hacían fila para la visita dominical a la carcel de Bellavista, cuando sicarios asesinaron a sangre fría al auxiliar Leimar Alexis Londoño, quien cumplía tareas de control en la entrada.
Las balas también alcanzaron al guardia Néstor Quintero Salcedo y a dos niños de seis años de edad, cada uno, que están fuera de peligro, y truncaron la ilusión de los demás pequeños que confiaban volver a estrechar a sus padres y parientes que pagan condenas.
Con el asombro de saber que el ataque pudo causar un drama peor, una hora después de ocurrido los testigos no dejaban de hablar del episodio. "Trabajaba en mi puesto de siempre, cuando oí unos seis disparos, después otro más lejos. Entoces fue la gritería total, la gente corría para todos lados, la calle quedó invadida de gente y el tráfico de paralizó", cuenta Francisco Javier Ruíz, un vendedor que tiene su negocio a unos 20 metros del sitio donde sucedieron los hechos.
"Hubo mucho pánico, el que diga que no lo sintió es un mentiroso", dice, y agrega que el drama continuó con la reacción inmediata de la guardia penitenciaria y la persecución a los atacantes por la policía.
Los sicarios huyeron en moto por el norte, por la misma zona que llegaron, en la cual minutos después se produjo la retención de dos jóvenes que portaban un revólver calibre 38 largo.
Al dolor que dejó la muerte siguieron la confusión y el drama, porque pasadas las 10:30 de la mañana aún faltaban centenares de mujeres con sus niños por ingresar al penal.
En respuesta al ataque, las directivas ordenaron suspender la visita y se desató una protesta general cuando el sol estaba en su plenitud.
Desmayos de las más adultas, gritos de rabia, golpes a las puertas metálicas y denuncias de abusos, pintaron el calor del medio día.
"Con tanto sacrificio que uno les trae la comidita a los muchachos, y los guardias nos hacen botar lo que quieren". "¿Qué tienen un buñuelo y una arepa que no tienen entrada?, claro, allá les cobran 1.000 pesos por una sola". "Hoy esperaban buena comida porque venían los niños, ellos no tienen la culpa de lo que pasó afuera". "Hasta nos ponen problema porque los fríjoles están carnudos". "Vea que ni dejan entrar un plato desechable, o dígame qué arma pueden hacer con ellos".
Las expresiones desesperadas, casi todas a la vez, son de las madres, esposas, hermanas o hijas de los internos, en las voces de Nubia, Margarita, Marina, Claudia, Patricia y Janeth.
Janeth no entiende cómo su hermano, que apenas lleva dos meses en el penal, ya ha rebajado nueve kilos de peso.
Ni los gritos y golpes contra el metal ni los intentos de impedir el paso de vehículos fueron suficientes para abrir las puertas porque el reloj se aproximó a las 2:00 p.m., hora en que termina la visita, y la protesta femenina se desintegró con rabia.
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