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Así cayó 'la joya' de los narcos
en Oriente

23 de enero de 2010
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Si es por el aspecto del pantano por donde se pasea un perro mugriento de nombre Pacheco, la danza de los millones no parece haber llegado hasta el rancho de don Jesús.

Mientras que en la finca de al lado, a sólo diez minutos maleza abajo, producían al mes 22 mil millones de pesos en cocaína pura y dura, este hombre de barriga amplia y manos trajinadas vendía su jornal a 12.000 pesos, casi nada por tener que partirse la espalda en un frugal y modesto cultivo de papa.

A estas alturas, cuando el Ejército ha bombardeado gran parte de la infraestructura del complejo cocalero, Jesús ya no sabe qué contestar. Cada vez que lo interrogan responde lo mismo: "Nosotros somos inocentes de todo, señor, nunca nos dimos cuenta de nada", dice soltando un jadeo nervioso. Y no es para menos ante tanta presión.

Un soldado dice que los pobladores de la vereda San Pedro Alto, de Concepción, se volvieron mudos de la noche a la mañana. "Una señora me contestó que dizque esto era muy sano y vea los 117 kilos de coca que encontramos", comenta.

Y así Jesús no haya visto un dólar en sus 58 años de vida, la precariedad de su vivienda, adornada apenas con un lavadero caído, marca la desproporción con la que se erigió la economía en la vereda durante algo más de un año.

De un único bus escalera que cruzaba los domingos la carretera destapada, en San Pedro comenzaron a verse pasar camionetas D-Max con vidrios polarizados y camiones de agencia con estacas.

A 2.000 metros del altura, los cultivos de fresa era lo más pomposo que ofrecía un paisaje tupido y quebrado, que en un alto porcentaje está tapizado de bosque nativo.

Pero detrás de lo que se asemejaba a una finquita con sembrados de maíz, a sólo hora y 40 minutos de Medellín, se camuflaba un cristalizadero que, según el coronel Pedro Antonio Sierra, comandante del Batallón de Artillería número 4, producía 5 toneladas de cocaína mensuales.

Es una cuarta parte de lo que exportaba 'Tranquilandia', el laboratorio que la DEA le confiscó a Pablo Escobar en 1984 y que con ocho pistas de aterrizaje en pleno Caquetá, se convirtió en lo más sofisticado a lo que los narcos pudieron llegar.

Puede sonar exorbitante, pero cinco toneladas de cocaína, según la página de Internet 'Narcoticnews.com', pueden costar en Nueva York 115.000 millones de dólares, a razón de 23.000 mil dólares por kilo. En Alemania e Italia podría duplicarse el valor.

El operativo
Durante varios meses y por información obtenida a través de la red de cooperantes, hombres de inteligencia hicieron seguimientos a los vehículos que, de noche, entraban y salían repletos de canecas.

En algo más de una hectárea, es decir, el espacio que utiliza un centro comercial como Unicentro, los delincuentes montaron ocho estructuras conectadas con puentes elevadizos.

La razón por la cual era difícil de detectarlo, incluso por los mismos campesinos vecinos, era porque la construcción se levantó hacia un despeñadero que va a dar a una quebrada.

La manera en la que vivían quienes allí procesaban la cocaína, no tenía nada qué envidiarle a un citadino. La cocina, dotada con lavaplatos de aluminio, contaba con ollas de todos los tamaños, cucharones, cubiertos, vajilla y hasta paños reutilizables. Igual sucedía con los víveres. Pese a que se trata de una zona selvática, el inodoro era de porcelana con piso encementado. Dos transformadores con luz trifásica de 220 voltios y un sistema de tubería que transportaba los insumos químicos es un capítulo aparte.

Así, según fuentes de la Sijín, la propiedad no podría adjudicársele a ningún grupo armado, porque sencillamente allí no operan, la lógica con la que fue distribuido el espacio tiene un cierto espíritu militar. "Esto no lo hicieron simples traquetos", dice alguien que visitó la zona.

Sobre todo por las trincheras y las garitas por medio de las cuales los campaneros divisaban a lo lejos cualquier vehículo que se acercara.

Hasta ahí fue lo que se descubrió el primer día. Sin embargo, casi 24 horas después, el Ejército dio con una vivienda, a un kilómetro de distancia, con camarotes para albergar a 25 personas. En el camino se halló también un túnel y más canecas de insumos que en total sumaron 122.

Ese descubrimiento hizo pensar a las autoridades que no sólo se trataba de un cristalizadero, sino de una ciudadela de aires campiranos que, a ojo de buen cubero, podría superar las 7 hectáreas de tierra.

La pregunta que queda en el aire es por dónde se fugó el staff de trabajadores. "Esos manes no se fueron vacíos", dice con malicia un soldado. De ellos sólo se sabe la talla de las camisas y pantalones que, cundidos de sudor, no alcanzaron a llevarse.

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