viernes
8 y 2
8 y 2
Votar en blanco, incluso abstenerse de votar, es una opción perfectamente válida. El voto es un ejercicio de la conciencia, personal, intransferible; es, ante todo, una decisión para poder dormir bien en las noches. Y por eso, no puede dejarse a merced de su utilidad, menos cuando es un derecho ganado con tanta sangre y sacrificios, y que ha sido defendido ante enormes dificultades. Esa es la razón de ejercerlo con la responsabilidad necesaria, no con la resignación de la falta de opciones.
El pasado 25 de mayo, el 5,99 % de los colombianos votó en blanco, cuatro veces la cantidad de votos que hace cuatro años. No solo eso, la abstención fue del 60 %, diez puntos porcentuales más que en 2010. En Antioquia los votos en blanco fueron más altos que el promedio nacional, con 7,57 %, y en Medellín, todavía más alto, con 8,14 % del total de votos depositados.
El escepticismo y la decepción también fueron protagonistas de la jornada electoral. Y ahora, cuando se acerca la segunda vuelta y las opciones se han reducido aún más, se empezó a hablar de los votos en contra, de votar por “el menos malo” o el “mal menor”. Pero esa, a diferencia de lo que muchos resignados afirman, no es la única opción. También es responsable no tomar una decisión. O mejor, hacerlo por el voto en blanco o la abstención.
No ayuda, por supuesto, que las diferencias reales entre ambos candidatos parecen ser menores con cada día de campaña que pasa. De cierta forma, eran tiempos más simples para la decisión cuando los dos principales candidatos aun conservaban una razón de fondo para diferenciarse, esto es, su posición respecto a la negociación con las Farc en La Habana. Una revisión superficial sobre sus propuestas tampoco ayuda, son una lista de lugares comunes en donde las únicas sospechosas diferencias están en el grado de impacto prometido por cada propuesta. Escoger entre el candidato A y el candidato B no es una obligación.
Nuestra participación democrática no puede reducirse a un ejercicio de autómatas; resignarse es perder la esperanza de que nuestro sistema político no tiene que ser simplemente una máquina para validar nuestras tragedias. Este 15 yo votaré en blanco, y aunque no le digo que haga lo mismo, sí le pido que siquiera, antes de salir de la casa, piense muy bien en que lo más importante no es quién gana entre Zuluaga y Santos, sino que cada uno de nosotros no pierda su fe en la democracia al depositar su voto.