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La vida no puede ser una cifra

04 de enero de 2010
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Las cifras sobre criminalidad durante 2009 en el país y que, según la Policía Nacional, mostraron un decrecimiento de dos por ciento en el acumulado general, obligan a hacer una mirada serena, sensata y contundente, sobre lo que pasó en Medellín y su Área Metropolitana en materia de homicidios el año pasado, a todas luces preocupante y urgente de afrontar con decisión y solidaridad.

En la complejidad de los fenómenos asociados a la criminalidad y a la cada vez más sofisticada red del narcotráfico que hay en la ciudad, la discusión sobre quién tiene la verdad en relación con la cifra de homicidios puede convertirse en un factor de percepción de inseguridad que termine por beneficiar sólo a los delincuentes.

La diferencia de casi 600 homicidios entre las estadísticas de la Policía Nacional (1.432 en todo 2009) y Medicina Legal (1.997 hasta diciembre 6) en Medellín obedece no sólo a que ambas instituciones manejan metodologías diferentes respecto de la clasificación de las muertes violentas, sino a que todavía no hemos podido diseñar unos planes de trabajo armónicos entre las instituciones para poder establecer políticas públicas consistentes y duraderas, que permitan enfrentar la violencia de manera integral y no con protagonismos individuales.

Medellín, su Área Metropolitana, el Departamento y el país, necesitan que todos asumamos el rol que nos corresponde. Desde el Alcalde y el Gobernador, sus secretarios, pasando por las instituciones legítimamente constituidas, hasta el más humilde de sus habitantes. Está en juego la posibilidad de ser o dejar de ser como sociedad civilizada.

No podemos seguir alentando argumentos, parcialmente ciertos por demás, de que las muertes violentas en la ciudad son producto de una confrontación de bandas por el control del narcotráfico. Sí. Pero detrás de esa tragedia hay un numeroso grupo de niños y jóvenes que demandan la atención del Estado y piden a gritos que la sociedad les dé oportunidades para romper con ese círculo violento en el que crecieron y del que muchos quieren salir. No es siendo indolentes ante el dolor de los demás o echándoles la culpa a otros que lo vamos a lograr.

La vida no puede ser una cifra para mostrar resultados. Los resultados deben privilegiar el respeto por la vida. Se necesita el efectivo liderazgo de nuestros dirigentes, empresarios, académicos, artistas y de esos jóvenes que también tienen el derecho a vivir con dignidad. Y a morir, pero de viejos.

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