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La violencia, partera de la historia

  • Alberto Velásquez Martínez | Alberto Velásquez Martínez
    Alberto Velásquez Martínez | Alberto Velásquez Martínez
11 de mayo de 2010
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Sostiene Rodrigo Botero -ex ministro de Hacienda- que, "la verdadera constante histórica de Colombia no es la violencia, como se ha argumentado, sino la preferencia por el sistema democrático y el rechazo al caudillismo".

Sin menospreciar el culto nacional por el sistema democrático -sólo roto en siglo XX por los cuatro años del gobierno golpista del general Rojas Pinilla- y el rechazo al caudillismo, -repudio implícitamente insinuado por Botero cuando menciona los nombres de los generales Rafael Reyes y Gustavo Rojas, así como el de Uribe Vélez por su devoción reeleccionista-, creemos que la violencia ha sido parte esencial en el trípode de nuestra constante histórica. Por supuesto que al inteligente ex ministro de Hacienda se le quedó entre el tintero de esa vocación caudillista el estadista Carlos Lleras, quien en dos oportunidades buscó la reelección y fue doblegado en sus aspiraciones, tanto por López Michelsen como por Turbay Ayala.

El siglo XIX fue de guerras. Fue la constante del decimonónico. No sólo la de independencia, -la guerra a muerte de Bolívar, la sangrienta represión de Morillo y los asesinatos de Sucre y de Córdova- sino la que se dieron en plena creación de la República. Dice el historiador Arturo Álape que, "entre 1863 y 1884, mal contadas, se dieron en Colombia 54 miniguerras civiles en los Estados Soberanos, resumidas así: De conservadores contra liberales, 14. De liberales contra conservadores 2. De liberales contra liberales 38". Así, que como agrega Álape, "la violencia fue vital para cualquier orden de procesos en nuestro primer siglo republicano".

¡Y qué hablar del siglo XX! Abre con la llamada Guerra de los Mil días que dejó miles de muertos. El partido perdedor de la contienda se lanzó a la formación de guerrillas. Fue la partida de bautismo de lo que se reproduciría, con macabra intensidad, medio siglo después. Luego, un largo paréntesis de apaciguamiento hasta mediados de los años 40 de aquel siglo, cuando se enciende la violencia partidista. Convocatorias a las vindictas desde los gobiernos y la oposición, incitadas por los dos partidos tradicionales. Los "cortes de franela", animados por chulavitas godos y bandoleros rojos, bañarían en sangre la nación.

En el mismo Frente Nacional nacen las Farc y luego otros movimientos guerrilleros que asolaron los campos para generar esos desplazamientos que hoy otras fuerzas animan y agudizan. Entran en escena los carteles de la droga que le decretan la guerra al Estado. Caen abatidos por la metralla ministros, candidatos presidenciales, magistrados de las cortes, jueces, periodistas, ciudadanos del común. Los carros bomba estallan, dejando centenares de víctimas, cobijadas por la impunidad. Este siglo XXI ya muestra 28.000 homicidios en el 2008 y 30.000 el año pasado, causados por el conflicto armado interno, sin contar centenares de masacres y miles de desaparecidos. Como lo dice el presidente Uribe, hay generaciones enteras que no han podido ver ni disfrutar la paz.

Muchos ensayos y análisis se han hecho sobre las causas y efectos de la violencia que llenan buena parte de la historia colombiana. Muchos diagnósticos que superan las terapias para ver si se llega algún día a la paz, como lo han logrado otras naciones vecinas y de la región que experimentaron y superaron tal lucha sin cuartel. Si bien es cierto que la violencia en zonas rurales se ha reducido -logro de la Seguridad Democrática- también lo es que arrecia en las grandes ciudades, estimulada por el narcotráfico, combustible que al no apagarse, contribuye a que el flagelo no desaparezca de la escena.

La violencia es una de las constantes históricas que si nacionalmente ha propiciado tantas rupturas, internacionalmente tanto nos ha golpeado y deshonrado ante el mundo civilizado.

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