Tiene un sello distinto. Aunque salió de las entrañas del gobierno de Álvaro Uribe y hasta del corazón de la mismísima política de Seguridad Democrática, el presidente Juan Manuel Santos ha marcado distancias de la administración saliente, siempre recordando "su respeto" y "admiración" por el exmandatario.
En las redes sociales y algunos círculos uribistas lo califican de calculador, por lo que recurren a su afición al póker para presentarlo como un hombre frío.
También están los que lo tildan de desleal con Uribe por los cambios en la política exterior -acercamiento con Venezuela y aparente distanciamiento con Estados Unidos- y algunas declaraciones acerca de los escándalos que golpearon su gestión.
Otros aseguran que se formó para ser Presidente y que decisiones como la de invitar a los presidentes Hugo Chávez, de Venezuela; y Rafael Correa, de Ecuador a su posesión, han demostrado que de un lado va la química personal y de otro la conveniencia para el Estado.
Pero más que preocuparse por ser monedita de oro que le caiga bien a todo el mundo, a Santos le tocó enfrentarse al peor invierno de los últimos 50 años y a una tragedia que algunos expertos consideran como cinco veces más grave que el huracán Katrina.
Seguridad, el gran problema
Dicen que no hay cuña que apriete más que la del mismo palo y al hoy presidente Santos (antes ministro de Defensa), lo que más se le está cuestionando es el manejo de la seguridad.
De la euforia que despertó la muerte de Víctor Julio Suárez (alias el "Mono Jojoy") el 23 de septiembre de 2010, se pasó a la incertidumbre por la arremetida de las Farc y el accionar de las bandas criminales, calificadas por el director de la Policía Nacional, general Óscar Naranjo, como un factor desestabilizador.
El dilema que afronta Santos, según Marcela Prieto, directora ejecutiva del Instituto de Ciencia Política, es fortalecer la seguridad en las ciudades sin dejar atrás la seguridad rural, porque si bien es cierto que las bandas criminales (Bacrim) son un enemigo a combatir, la guerrilla de las Farc lleva 50 años enfrentando al Estado y cambia fácilmente de estrategia.
En ese punto coincide el analista político Rafael Nieto, al decir que "puede que las cifras digan lo contrario, pero la sensación que tiene la gente es que la seguridad pasó a segundo plano. Se ha descuidado la seguridad en las ciudades y no se puede desconocer que está íntimamente ligada a lo que pasa en el campo con las bandas criminales".
El nuevo enemigo, dijo a la agencia de noticias Colprensa el experto en seguridad coronel (r) John Marulanda no es pequeño: "combina los intereses económicos con los carteles dedicados al narcotráfico y con el ejercicio de la violencia paramilitar; esto dibuja un nuevo perfil de la amenaza en contra del Estado".
Una amenaza que mezcla tráfico de drogas y armas, dos de los ilícitos más rentables en el mundo.
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